Dumas, Oliveiro
Oliveiro Dumas (Valencia, 1964) es un señor bastante alto que nació con un lápiz debajo del brazo en un sábado autumnal. De vocación matemática, informático de profesión, soñador impenitente, artista de la raqueta, humorista convencido (y convincente), humanista convincente (y convencido), es un perfecto desconocido para el gran público.
Y es una pena, porque entonces no han podido disfrutar con la sorprendente evolución gráfica de un ilusionado jovenzuelo que comenzó a dibujar de forma ocasional hace veinte años, que fue puliendo su tosco estilo primario de manera primorosa y ganó un par de concursos, uno de historieta y otro de portadas de disco, a mediados de los ochenta sin ver publicados sus trabajos (ya se sabe, los comienzos son duros), y tras diversos trabajillos varios acabó, en los noventa, colaborando con los fanzines valencianos más relevantes del momento (¿alguien recuerda el Kovalski Fly?) sin perder, nunca, la ilusión del primer día. Ni sabrán tampoco que un buen día cogió la guitarra y, con un poco de práctica y unas cuantas cuerdas rotas, se hizo un huequecito en la escena musical valenciana (¿les suenan Los Mocetones?) llegando a colaborar allende nuestras fronteras (autonómicas, se entiende: en la Nueva York manchega era especialmente apreciado su buen hacer). Desconocerán, asimismo, su pertenencia a la zifipitinianea Orden de la Manopla del Quinto Sueño allá por la serranía chelvana (delirante subsecta propia de la mocedad del momento), y no habrán disfrutado de sus habilidades de prestigitador que encandilaban a los más pequeños (y también a los menos), ni conocerán que acudía al campo de fútbol del Valencia con el carnet de socio infantil hasta la tierna edad de veintiún años (en otro difícil ejercicio de magia potagia) e ignorarán su hospitalaria informatización de todo aquel que no sabe, ni...
Pero eso va a cambiar. Oliveiro ha decidido que en este año 2001, aparte de su paternidad recién estrenada y de la consiguiente plantación de árboles (pinos, para más señas), la ilustración de un libro ha de cerrar esa trilogía clásica, dándose así a conocer y comenzando el milenio con el mejor pie posible (el suyo, desde luego, que es bien grande: ya dije que era un tipo alto). Aquí entra en escena el libro de los Grimm.
Esta selección de los cuentos populares recopilados por los hermanos Grimm nos muestra un universo bastante terrible, unas historias tremebundas bastante alejadas de las edulcoradas versiones que conocimos de pequeñitos. Oliveiro ha hecho un magnífico trabajo como contrapunto a estos relatos, una obra llena de pequeños detalles que ha realizado de forma concienzuda dejándose la piel en ello, y que da como resultado un conjunto que no puede ser más atractivo e impactante. Una labor bien hecha que no dejará indiferente a nadie que eche un vistazo a este libro. Una pequeña joya impresa, vamos.
Desde luego, Oliveiro ha decidido vivir del cuento (muchos son los que lo intentan pero pocos lo consiguen). Y como no podía ser menos, una vez obtenga lo deseado, podremos decir aquello de «...y fueron felices y comieron narices» (¿o eran perdices...?).
Anselmo Burulanda
Autorretrato del autor