Ramona
Aunque nunca he vivido en Madrid, nací en esa ciudad en 1979. Tampoco me llamo Ramona, pero adopté ese nombre para firmar mis ilustraciones, como declaración de intenciones.
Siempre había pensado que lo mío era hacer libros, pero tenía veintiún años y todavía no había hecho ni uno, así que me pareció buena idea aceptar un trabajo de profesora en Irkutsk, luego otro de maestra en Moscú, otro en Miami… Gracias a los pocos remilgos que mostraban mis empleadores para con mi formación y capacidades, acabé mudándome diez veces de ciudad y cinco veces de país. Casi siempre me contrataron para dar clase, pero también me han pagado por poner subtítulos a películas vietnamitas (me los inventaba), por leer las noticias en la radio de aquella manera o por llevar más o menos la contabilidad de los gastos. El caso es que, casi dos décadas después, decidí por fin volver a casa para profesionalizarme en la ilustración y dejar de marear la perdiz.
Me gusta llevarle la contraria al texto con mis ilustraciones, ponerme del lado menos glamuroso y hacer hincapié en el absurdo. Estoy convencida de que la mejor herramienta de un ilustrador es la comprensión lectora. A lo mejor cambio de idea en unos años, si mejora mi dibujo. Estoy obsesionada con ilustrar poesía verso a verso: siempre me ha parecido un desperdicio hacer una única ilustración por poema. Si Vivo sin vivir en mí tiene cincuenta y nueve versos, Santa Teresa no se merece menos de cincuenta y nueve ilustraciones, aunque salgan libros muy gordos. Cuando se trata de literatura infantil, se me ve el plumero desde lejos: lo único que me interesa es seguir divirtiéndome.
Pomponata, pota, pom es un libro en cuya concepción han confluido algunas de estas inclinaciones y otras que ya habrá tiempo de comentar. En cualquier caso, es fruto de un taller en el que por encima de todo, hemos podido inventar salvajemente.