Tono

La vida esa de Antonio de Lara Gavilán, Tono


por Gema Fernández-Hoya

 

1. De Jaén a Valencia

Tono nace en Jaén el 22 de septiembre de 1894. Se bautiza a la criatura como Antonio en honor a su abuelo materno. Su padre, don Gonzalo, trabaja por provincias como funcionario de la administración de Hacienda, acumulando méritos, y en Valencia consigue ascender a oficial de segunda; pero no dura mucho: una enfermedad poco decorosa termina con su vida en 1901, a los 35 años. Su viuda, doña Pilar, se traslada desde Jaén con sus hermanas, su madre, Tono y el hermano de este, para instalarse en la ciudad del Turia y poder recibir la pensión de viudedad.
En Valencia, al pequeño Tono se le indigesta la escuela. Su insistente escapismo de las aulas para modelar figuras de arena en la playa apunta hacia derroteros inciertos, y doña Pilar intenta encauzar la formación del niño inscribiéndole en la Escuela de Artes y Oficios. El enfoque academicista y los modelos pictóricos valencianos no interesan a Tono lo más mínimo y vuelve a abandonar las clases para disgusto de la familia. Sin títulos que le avalen, consigue a los quince años publicar sus primeros dibujos en la anticlerical y antimonárquica La Traca: semanari bilingüe festiu y lliterari, y en El Guante Blanco, semanario inofensivo, donde su colaboración se mantendrá a lo largo de los años.

 

2. De Valencia a Madrid

«Yo pensaba, con razón, que si seguían así las cosas no conseguiría un porvenir brillante hasta ser un viejo decrépito», y Tono decide no dar tiempo al tiempo. Se presenta en Madrid en busca del brillante porvenir con solo 17 años. Frecuenta las tertulias, y los sábados por la noche acude a la de la Botillería de Pombo, presidida por Ramón Gómez de la Serna: un espectáculo de magisterio ramoniano donde Tono descubre los caminos de las nuevas vanguardias, y Ramón, que reparte greguerías como caramelos entre los asistentes, avista en aquel «joven picado de viruela» el latido del futuro humorismo.
A las escuelas de varietés de la capital se acerca Tono en busca de algún romance. El amor no le sonríe, pero allí conoce a uno de sus compañeros de vida, Edgar Neville. Madrid se vuelve más amable junto al imberbe conde de Berlanga, al que «milagrosamente le nacía un duro en el bolsillo casi todos los días», y juntos exprimen las noches madrileñas.
La oportunidad laboral se resiste. Su estancia en la capital va para cinco años, y sus únicos encargos son los que envía a la prensa valenciana. Tono se desanima, abandona la vida social y está a punto de tirar la toalla. En una noche lluviosa de 1920, Gómez de la Serna reencuentra al joven humorista refugiado en un portal y le propone una historieta durante algunos meses para el periódico El Liberal. La oportunidad marca el pistoletazo de salida a un sinfín de colaboraciones: la revista La Esfera, los semanarios Nuevo Mundo y Mundo Gráfico, la satírica La Risa, ilustraciones en las novelas editadas por Prensa Gráfica y su primer libreto a seis manos, junto a José Zamora y Tomás Pellicer, El sueño del Opio o La revista número 2. Aunque su colaboración más relevante en estas fechas es para el semanario Buen Humor, «la primera revista de la sonrisa», donde coinciden los humoristas del 27 en pleno. Sus páginas, bajo la dirección del caricaturista Sileno, son un laboratorio de nuevas ideas donde conviven el «humor festivo», innovadores textos de autores extranjeros y un nuevo humorismo capitaneado por Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez y Ramón Gómez de la Serna.


3. De Madrid a París

Corría entonces el año 1923, «y corría de tal manera que la gente se apartaba para no ser atropellada por él», dice Tono. Una de sus ilusiones es vivir en París, la meca de todos los artistas del mundo a principios del siglo xx. Ni corto ni perezoso, sino todo lo contrario, se lanza con sus dibujos a la conquista francesa, aun siendo conocedor de los riesgos del artista emigrante: «algunos triunfan y, entonces, se lavan y se van a vivir a la Ville, pero otros no levantan cabeza, y cuando han llegado al grado máximo de suciedad, se vuelven a sus pueblos de origen a decir que son unos incomprendidos». Le acompañan la suerte y el talento, y en pocas semanas publica en Le Rire, Le Sourire, Fantasio, Paris-America, Vogue, Ric et Rac, The Boulevardier y Candide. Deja su modesto hotel parisino, se instala en un apartamento con el escultor De Creeft y el dibujante Reinoso, y visita Madrid con tanta frecuencia que los amigos le reciben con cierta indiferencia. «Entra en la tertulia preguntando siempre por alguien y acicalado con sus elegantes trajes grises —¿es siempre el mismo o varios iguales?— le hacen parecer un deportista de Dinamarca», recuerda Jardiel. Tanto ajetreo no supone un peso para Tono, que disfruta de una vida bohemia, «trabaja lo menos posible y baila lo más posible».
Ahora mantiene sus empleos a uno y otro lado de los Pirineos, y a veces, a uno y otro lado del Atlántico: en Madrid colabora en los semanarios infantiles Chiribitas y Pinocho; con textos de Neville ilustra la serie de cuentos Calleja Cine: Películas en colores; obtiene el diploma honorífico en la Exposición Universal de Artes Decorativas de París, y cuelga su obra en Nueva York, que forma parte del Bureau Pro-España organizado por la Unión de Dibujantes Españoles.
Una fecha importante en este periodo para Tono y sus compañeros es 1927, por la aparición de la revista Gutiérrez. La publicación, con K-Hito al frente, tiene el propósito de agrupar el «humor nuevo». En sus páginas, el quinteto de humoristas del 27, formado por Neville, Mihura, Jardiel, López Rubio y Tono, proporciona homogeneidad al contenido y se cohesiona como grupo. Tono participa en Gutiérrez desde el primer número y se lanza a la escritura de relatos breves marcados por la deshumanización orteguiana y las greguerías de Ramón. En uno de sus cuentos se lee: «La capital presentaba el aspecto inconfundible de una perfecta Navidad. Hacía frío de turrón y las flores invernales de las zambombas habían abierto sus rizadas hojas». Durante esta etapa de idas y venidas entre París y Madrid, unos siete años, Tono muta como dibujante. Abandona por completo el dibujo estilizado, la ornamentación y las adscripciones al art decó en favor de elementos vanguardistas con los que construye un mundo geométrico e infantilizado.

(Continuará…)

 

Autorretrato del autor