Aub, Max

Escritor español y ciudadano mexicano, me hice hablando un idioma extranjero —nadie nace hablando— que resultó ser el mío. Poco le debo a los demás, mucho a mí mismo o lo que es casi igual: todo a los demás. Me forjaron a fuerza de golpes, como crecen todos los hombres. Tuve algunos amigos –pocos–, la mayoría han muerto. Me siento más a gusto con los jóvenes que con los viejos.

Tengo tres hijas, muchos nietos: son ya otra vida, en otro tiempo. Mi mujer me ha acompañado siempre que pudo; cuando no, plantó cara a la vida, sin desfallecimiento.

No alto ni bajo, más bien feo, me gustó lo bueno, lo que me sabía bien.

Usé lentes desde muy joven porque nunca pude ver lejos. Hablé mal y con peor acento y me dejé siempre convencer por cualquiera. Aprendí poco de los hombres, creyéndolos parecidos a mí. Me hubiera gustado saber mucho más de lo que sé, tener memoria y no andar dando vueltas alrededor de mí mismo.

Al paso de los años se va uno quedando solo —no como decía aquel bobo, tan buen poeta, que se quedan muertos—. Los que se van quedando solos son los viejos, por culpa —¿qué culpa tienen ellos?— de los muertos.

Lo que más me ha gustado es escribir; seguramente para que se supiera cómo soy, sin decirlo. Creí que lo adivinarían. Una vez más me equivoqué.

Max Aub, en Hablo como hombre (1967)

Retrato del autor por Vicente Rojo