Grimm, Jacob y Wilhelm

A diferencia de naciones como Francia y España, en las que un poder central se encargó de la difusión de un idioma común, en Alemania, que en tiempos de Goethe se dividía en cerca de trescientos principados y que no logra su unificación estatal hasta una fecha tan tardía como la de 1871, fueron sus intelectuales los que se propusieron la creación de una lengua que permitiese el mutuo entendimiento entre pueblos que siguen hablando hoy en día idiomas que se diferencian entre sí tanto como pueden diferenciarse el francés del italiano. Los alemanes los llaman «dialectos», y al idioma que los une no le dicen «alemán», sino «alto alemán» (Hochdeutsch), que podríamos traducir también por «alemán culto» y que es, por definición, el idioma del teatro y del periódico, el que todos aprenden en la escuela, el utilizado por escritores y científicos, y que no tiene por qué ser idéntico al que hablan los germanoparlantes en sus respectivas casas. La formación del «alto alemán» es, así visto, uno de los milagros de la historia de la humanidad (si por «milagro» entendemos la imposición de algo por la fuerza de la razón y no por la dialéctica de las armas). A ese milagro contribuyeron de forma consciente generaciones de intelectuales. Consciente fue también el esfuerzo por vencer la supeditación cultural a la omnisciente Francia. Por dar un ejemplo de todos conocido: la obra de Carl Friedrich Gauss se enmarca en la voluntad de crear una ciencia alemana -en este caso unas matemáticas, una física y una astronomía alemanas- que no estuviese subordinada a la francesa.

En este contexto, en el de la creación de un idioma alemán, hemos de entender la obra de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, en una época en que la nobleza hablaba francés y en que, en Prusia, el rey Federico II el Grande solamente utilizaba el alemán para dirigirse a sus caballos. Y es en la época del reinado de Federico II, pero no en Prusia, sino en Hesse, en la ciudad de Hanau, donde nacen los dos hermanos, en los años de 1785 y 1786 respectivamente. Se criaron en Kassel, estudiaron en la universidad de Marburgo y, como nos cuenta Hermann Grimm, hijo de Wilhelm Grimm, en el prólogo a una edición póstuma de los Cuentos infantiles y del hogar, «en Kassel se colocaron de bibliotecarios en la biblioteca de Hesse, en cuyas amplias y silenciosas salas se encontraron como en su propia casa». Esas reminiscencias idealizadas del hijo de Wilhelm Grimm poco tienen de común con la realidad. Su labor de bibliotecarios consistía principalmente en rellenar fichas, una labor tediosa e ingrata, en la que hubiesen malgastado sus vidas de no haber sido rescatados por la política liberal del despotismo ilustrado y haber sido llevados a Berlín gracias a su incorporación a la Academia de las Ciencias prusiana. Allí realizarán su gran obra científica. Ambos escribirán una de las obras cumbres de la filología alemana, el Diccionario alemán, un diccionario etimológico de más de cuarenta volúmenes, como el que ha empezado a redactar hace poco en nuestro país la Real Academia Española. De ellos son también, entre muchas otras cosas, una Historia de la lengua alemana y una Gramática alemana en cuatro volúmenes. Aunque en España los conozcamos popularmente como los «autores» de los cuentos que llevan su nombre, los hermanos Grimm son los creadores de la filología alemana y están considerados entre los fundadores de la lingüística moderna.

Al comienzo de sus Espíritus elementales, Heinrich Heine, que se inspiró al escribir esa obra en las Leyendas alemanas recopiladas por los hermanos Grimm, dice de ellos: «Los estudios que han prestado esos dos hombres al estudio de la antigüedad germánica son de un valor incalculable. Tan solo Jacob Grimm le ha dado más a la lingüística que toda vuestra academia francesa desde Richelieu. Su gramática alemana es una obra monumental, una catedral gótica en la que todos los pueblos germánicos elevan sus voces, cual coros gigantescos, cada cual en su dialecto. Quizás Jacob Grimm le haya vendido su alma al diablo, con el fin de que este le aportase los materiales y le sirviese de cómplice en esa obra colosal de la lengua. De hecho, para transportar esos sillares de sabiduría y para hacer una argamasa de esas centenares de miles de citas hace falta más que una vida humana y mucho más que la paciencia de un ser mortal».

Si bien es cierto que Jacob y Wilhelm Grimm mantuvieron relaciones de amistad con los poetas románticos Achim von Arnim y Clemens Brentano, quienes publicaron una colección de cantos populares, con enmiendas y retoques que fueron, dicho sea de paso, objeto de crítica por parte de los hermanos Grimm, y si cierto es también que la predilección por lo autóctono fue rango distintivo del romanticismo, desfiguraríamos la verdad si encasillásemos dentro de ese movimiento los Kinder und Hausmärchen, recopilados por los hermanos Grimm y publicados en dos tomos, en 1812 y 1815 respectivamente. El interés de ambos hermanos fue estrictamente científico (había que determinar cómo hablaba el pueblo) y con aquella labor echaron los pilares de lo que se convertiría en el estudio del folklore como parte de la antropología cultural. Nada mejor para echar un vistazo a su método de trabajo que leer lo que nos cuenta Wilhelm Grimm en el prólogo a la edición de 1819: «Hemos coleccionado estos cuentos desde hace aproximadamente trece años. El primer tomo, que apareció en 1812, contiene en general lo que habíamos recogido poco a poco, por transmisión oral, en Hesse y en las zonas del Meno y Kinzing que pertenecen al condado de Hanau, del que nosotros descendemos. El segundo tomo se terminó en 1814 y se realizó con más rapidez. (...) Una de esas felices casualidades tuvo lugar en el pueblo de Niederzwehrn, que está cerca de Kassel, donde conocimos a una campesina que nos narró la mayor parte y los más hermosos cuentos del tomo segundo. La señora Viehmann estaba todavía fuerte y tenía cincuenta y tantos años (...) Guarda en su memoria estas antiguas historias, don del que no disfruta todo el mundo, y las cuenta concienzudamente, con vivacidad y con evidente placer. Tras la primera narración espontánea, repite con lentitud, a petición nuestra, de modo que con un poco de práctica se puede escribir al dictado, palabra por palabra. Hemos recogido así muchos cuentos, con fidelidad absoluta. Cuantos dicen que los textos de la tradición oral no pueden transmitirse con exactitud porque continuamente se falsean, y que por tanto es imposible que perduren en su forma exacta, tendrían que escuchar a esa mujer, que jamás se aparta de su narración y es de lo más puntillosa en los detalles. Cuando repite una historia nunca hace cambios, y si se equivoca en algún punto se da cuenta enseguida y lo corrige. En el pueblo, que sigue un antiguo modo de vida sin mutaciones, la fidelidad a los modelos heredados es más profunda de cuanto sería comprensible para nosotros, dada nuestra manía por el cambio. (...) El fondo épico de la poesía popular se parece al verde que se extiende en diversos matices por la naturaleza y que llena y dulcifica la vista sin cansar nunca».

El estudio posterior de las fábulas y leyendas populares revelaría la gran complejidad de las mismas. Los hermanos Grimm creyeron estar recolectando cuentos específicamente alemanes y luego se descubriría que algunos, como el de Caperucita roja, por ejemplo, eran de origen francés, llevados a Alemania por los hugonotes que huyeron del fundamentalismo católico, o que provenían incluso de la India. Pero todo esto, así como el análisis sociológico del carácter clasista y sexista de la mayoría de los cuentos, queda fuera de los márgenes de este comentario.

Pedro Gálvez

Retrato de los autores por Oliveiro Dumas