Helman, Edith

Edith Helman nació en Boston, Massachusetts, Estados Unidos, el 19 de septiembre de 1905. Sus padres, inmigrantes judíos de origen ruso, se llamaban Kallman Fishtine y Rose Esther Fishtine. No sabemos nada de ellos, salvo en qué cementerio están enterrados. Tras su matrimonio con el abogado Bernard Helman, Edith adoptó el apellido de su esposo, con el que firmará, a partir de 1938, sus artículos y libros. La hispanista se encontraba en Madrid en julio de 1936. Ella misma lo cuenta en la introducción de este libro. En aquella época aún era Edith Fishtine, una estudiante de español (y francés) que había cursado estudios en la Universidad de Boston, en la Sorbona y en Radcliffe (Harvard), y se había graduado en Bryn Mawr con una tesis sobre Juan Valera: Don Juan Valera, The Critic (1933). Estaba interesada por la época de la Ilustración y por los ilustrados Jovellanos, Moratín y Cadalso, y solicitó becas de estudios que le permitieron investigar en archivos y bibliotecas españoles. Antes del 36, ya había estado en España, porque nos consta que fue alumna de los cursos de lengua y literatura que impartía Pedro Salinas en Madrid. También pudo haber asistido a los cursos de la Universidad Internacional de Verano de Santander, origen de la actual Universidad Menéndez Pelayo, creada en 1933 bajo la inspiración de Salinas, que ostentó asimismo el cargo de secretario general. Pedro Salinas, maestro y amigo, será una referencia fundamental para Helman, y se convertirá en un puente privilegiado a la vida cultural española: la que se dejaba ver por calles y cafés y la que vivía confinada en museos y bibliotecas. Es a la memoria de Salinas a quien la autora dedica su Trasmundo de Goya, que el poeta, fallecido en 1951, no llegó a conocer.

 

En agosto de 1936, unas semanas después de que se produjera la rebelión militar que hizo estallar la guerra en España, Pedro Salinas partió para Estados Unidos. El año anterior había recibido una invitación como profesor en Wellesley College, universidad femenina situada en el área de Boston, y decidió aceptarla. Aunque no salió como exiliado, sino para cumplir un compromiso laboral, Salinas mantendrá desde el inicio una posición claramente enfrentada a la dictadura franquista, y no regresará nunca a España. ¿Hablarían de Goya el profesor y su antigua alumna en las ocasiones en que se vieran en Boston? Además de sus intereses literarios, Salinas era aficionado al arte y poseía una formación artística donde no faltaban cursos en la Sorbona. En sus cartas, Helman y Salinas abordan cuestiones prácticas relacionadas con la vida universitaria y con sus respectivos trabajos, sobre los viajes que han hecho o esperan hacer, y, por supuesto, sobre la situación en España. Mientras dura la guerra, Salinas critica la inacción de Francia e Inglaterra, supuestos países aliados, a los que siempre ha admirado, y se muestra preocupado por la suerte que hubieran podido correr sus amigos; como Federico García Lorca, cuya desaparición, muy comentada, estaba rodeada de oscuros presagios. Helman echa una mano a Salinas con el inglés, le ayuda a instalarse en Boston antes de que llegue el resto de la familia y se ofrece a resolverle múltiples tareas cotidianas. Edith Helman —entonces Fishtine— es quien traduce al inglés las conferencias que el poeta imparte en esa lengua en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, en 1937, con el título «La realidad y el poeta en la poesía española», que suponen algo así como su presentación ante el público americano. Por las cartas de Salinas a distintos corresponsales sabemos lo mucho que apreciaba a Helman. Es una de las pocas personas a quien le apetece ver, dice, cuando está de paso por Boston. A su amigo el poeta Jorge Guillén, también profesor en Wellesley, le escribe: «A Edith le debo carta hace siglos, ¡tan buena amiga, y tan inteligente y tan persona como es!». A través de Salinas, la hispanista heredó como amigo y corresponsal a Guillén, que, a su vez, le facilitó el contacto con otros amigos.

 

Tras haber estado varios años ausente de España, Edith Helman recibió, en el año 1949, una beca Alice Freeman Palmer, de la American Association of University Women. Aunque a lo largo de su vida académica había disfrutado de diversas ayudas, pudo tener algún efecto la carta de recomendación que le proporcionó su amigo Salinas. Gracias a la beca, Helman pudo asistir en Madrid a los cursos del segundo año del Instituto de Humanidades de Ortega y Gasset; concretamente, al que impartió el profesor y crítico de arte Enrique Lafuente Ferrari sobre Goya, que, tal como explica la autora en la nota previa del Trasmundo, resultó decisivo en la gestación de este libro. Tras pasar nueve años en Portugal, Ortega había vuelto a Madrid en 1945. Estos cursos fueron un invento suyo, y los planteó como una experiencia alternativa a la educación oficial. Helman felicitó a Ortega por su iniciativa, y publicó un artículo elogioso donde decía que el Instituto era «en miniatura, el prototipo de una universidad libre». Aunque Trasmundo de Goya se publicó en Revista de Occidente, editorial fundada por Ortega, este no llegaría tampoco a ver el libro, ya que falleció en 1955.

 

El curso 1949-1950 Helman figura como directora del Instituto Internacional de Boston, en Madrid. Sus responsabilidades no le impidieron investigar en diferentes archivos y bibliotecas sobre los temas de su interés y relacionarse con escritores, profesores y estudiosos pertenecientes a grupos distintos con características comunes y múltiples relaciones entre ellos. En primer lugar, las amistades de Salinas y Ortega, personas nacidas en el xix, en su mayoría vinculadas a la Institución Libre de Enseñanza, como León Sánchez Cuesta, Amado Alonso o Enrique Lafuente Ferrari. A continuación, los alumnos de Salinas y Ortega, convertidos muchos de ellos en profesores: Manuel Granell, Ricardo Gullón, José Manuel Blecua o Vicente Llorens, entre otros; y las escritoras, profesoras y estudiosas relacionadas con el Instituto Internacional de Boston, con la Asociación Española de Mujeres Universitarias y con el Colegio Estudio, que compartían el mismo edificio. En este grupo numeroso de mujeres del 27, del que todavía no sabemos todo lo necesario, se encuentran Consuelo Berges, Fernanda Monasterio Cobelo y Jean Bratton. Otro grupo es el de la tertulia de hispanistas del café Lion, fundada por Antonio Rodríguez-Moñino, a la que asistían españoles, como Carlos Clavería, Juan Antonio Gaya Nuño o Jorge Campos, y extranjeros, como el francés Marcel Bataillon y el inglés Nigel Glendinning. Otros nombres los encontraremos entre los colaboradores de la revista Ínsula —con Enrique Canito y José Luis Cano al frente—, cuyo primer índice de autores fue preparado por Consuelo Berges.

 

En una carta de Helman a Jorge Guillén, con objeto de felicitarle las navidades de 1958, encontramos la primera referencia a Trasmundo de Goya.

Le mandé un artículo de la H. R. [Hispanic Review] sobre los Caprichos; de introducción a este servirá otro que saldrá en el Homenaje a Gillet, y que trata nada menos que de los duendes y brujas de Goya. Creo que le ha de entretener. Sigo trabajando bastante, sobre todo en estos días de benditas vacaciones. He decidido publicar el libro sobre «El trasmundo literario de los caprichos de G[oya].» en España, quizá en la Revista de Occidente, con permiso de la censura. Quiero terminarlo para principios del año 1960… Ya veremos.

En 1964, tras la publicación del libro, la autora desea compartir con su amigo los comentarios favorables que recibe de sus primeros lectores:

Querido Jorge, aquí me tiene por fin reinstalada en este más que edénico lugar —digo «más que» porque no me consta que hubiera en aquel mítico jardín primordial rocas y peñas tan hermosas como estas que estoy mirando— y contentísima de estar aquí acompañada en este momento solo de mar y cielo. Aquí leo las cartas, reseñas, artículos que me llegan acerca del Trasmundo de Goya y contesto las que pueda. Escribí este libro en español porque me importaba, me urgía decir a unos cuantos jóvenes —y no tan jóvenes— españoles lo que quería decirles a propósito del tema que había meditado tanto… y veo que he acertado, por lo menos, en que lo están leyendo en pueblos de provincia como en capitales… y esto me proporciona una satisfacción incomparable… Ahora se trata de volver a pensar y escribir el libro en inglés para nuestro público, o para unos de los muchos públicos nuestros, para la casa Norton, que me lo tienen pedido. Esto me ha de costar bastante… Ya veremos cómo se hace.

No conocemos la carta que Guillén dirigió a Helman con sus comentarios sobre el libro, pero resulta reveladora la respuesta que le hace llegar la hispanista, en agosto de 1964, desde su residencia de Rockport.

… gracias muy sentidas por su carta y todo lo que dice de mi libro. Qué bien ha visto que es mucho más que un libro, es mi «vivencia» de España, lo español y los amigos españoles.

 

La vida profesional de Helman estuvo repartida entre sus compromisos con la universidad y las investigaciones destinadas a artículos y libros, que antes daba a conocer a los estudiantes en sus clases y conferencias. Seleccionó lecturas, preparó reseñas, realizó traducciones y fue una cuidadosa editora de textos. Para una edición académica de La zapatera prodigiosa, de Federico García Lorca, por ejemplo, sabemos que consultó a Salinas el uso de determinadas palabras; pidió ayuda a Guillén, y también a Salinas, para contactar con los herederos del poeta; encargó a Sánchez Cuesta los libros de Lorca que le faltaban (y los leyó todos), el retrato que le hizo Gregorio Prieto y los dibujos del mismo Prieto para un montaje de la obra en Londres. Son numerosos los ejemplos que acreditan su gran capacidad de trabajo y los testimonios que revelan que en su vida particular se conducía con idéntico rigor y diligencia que en los asuntos profesionales. Si bien no fueron directamente alumnos suyos, actuó en muchas ocasiones como tutora de los hijos de los Salinas, Soledad (Solita) y Jaime. A Solita, que fue, como ella, profesora en Simmons, debió de aconsejarle acerca de estudios y becas; Jaime, por su parte, cuenta en sus memorias que Edith le consiguió un empleo en una librería, le hizo una carta de presentación para entrar en la redacción de una revista universitaria y le ayudó a preparar sus clases cuando parecía que, como a su hermana, le aguardaba un futuro como profesor. Más allá de estas intervenciones, lo que Jaime recordará más gratamente es que fue Edith quien le acompañó a comprarse sus primeros pantalones largos. En su libro de memorias, que tituló Travesías, el editor Salinas dedica a los Helman comentarios muy afectuosos.


La muerte de Ben, el 31 de enero de 1968, a los 62 años (los dos tenían la misma edad), supuso para Edith un duro golpe. Unos meses después, escribió a Jorge Campos, amigo de Ínsula y del Lion, que, además de escritor, fue su editor en Taurus: «El choque de la repentina muerte de mi marido me ha dejado deshecha, rendida, escindida, si es posible decirlo así, la mitad del espíritu amputada, y la mejor mitad…». En abril de 1969, Helman escribe desde Madrid a Guillén. Le dice que trabaja en un libro para Taurus «de artículos recogidos, algunos sin publicar, otros dispersos». Ese libro será Jovellanos y Goya, publicado en 1970. En 1971, la hispanista se jubila como profesora en Simmons.


En junio de 1977, a propuesta de Lafuente Ferrari y otros dos académicos, Edith Helman fue nombrada académica correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Estados Unidos. Pertenecía a la Asociación Internacional de Hispanistas y era miembro de la Hispanic Society of America y de la American Academy of Arts and Sciences, pero debió de agradarle especialmente este reconocimiento. En parte, por el vínculo que el propio Goya tuvo con la institución, de la que llegó a ser director. También, por ser una de las pocas mujeres académicas, procedente, además, de un ámbito distinto del artístico y no perteneciente a la cultura «oficial». Sin embargo, lo que Helman destacó de su nombramiento en la carta que le dirigió a Guillén es que era «una señal de los cambios que se estaban produciendo en España». «Sabrá ya que me eligieron académica (correspondiente) de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando por mis estudios sobre Goya, etc. Esta es una mínima indicación de que nace una nueva España —la nuestra entre muchas otras más importantes». Franco había muerto hacía dos años y España iniciaba una etapa, la Transición, en la que había depositadas muchas esperanzas. A petición de Lafuente Ferrari, la nueva académica le envió una pequeña nota biográfica que nos interesa especialmente por venir de su propia mano:

Querido amigo: Le mando un curriculum vitae algo más amplio. Como yo he dedicado la mayor parte de mi vida a la formación intelectual y espiritual de jóvenes universitarios —y lo sigo haciendo—, he utilizado mis estudios en conferencias y en clases más que en publicaciones. Y también a publicaciones profesionales por medio de la «industria textil» como directora de la serie de W. W. Norton & Co., como directora, editora, etc. Mis textos han llegado a ser clásicos de la enseñanza del español, tales como Cuentos contemporáneos, Narradores de hoy, La vida de Juan Belmonte, La zapatera prodigiosa, de García Lorca, etc. Y en España, Las noches lúgubres, de Cadalso, etc. Traducciones de las conferencias de Pedro Salinas, Reality and the Poet in Spanish Poetry, y una antología de sus poemas, To Live in Pronouns. Reseñas numerosas en varias revistas, en fin, todo el trabajo profesional que acompaña la enseñanza (en Bryn Mawr College, en Harvard y en Simmons College, sobre todo).
Las conferencias y las obras publicadas de Ortega han influido y siguen influyendo en mi propia formación intelectual y profesional. Las conversaciones con amigos españoles en sucesivas estancias en España me han llevado a formar otro concepto del artista genial que es Goya, que aprovechaba constantemente conversaciones con sus amigos, como Jovellanos y Moratín, y más tarde Llorente y Gallardo, por ejemplo. ¿Cuánto daríamos por tener el inventario de los LIBROS de Goya? Me divierto a veces imaginándolo… Pero esto es lo de menos, puesto que tenía acceso a las colecciones de libros y dibujos o grabados de un Ceán y de otros tantos…


Helman se trasladó definitivamente a la casa de campo de Rockport a finales de mayo de 1979. En las cartas que por esa época escribe a Jorge Guillén le cuenta que está rodeada de rocas y gaviotas, que ha perdido mucha vista y dispone de menos horas para leer y escribir, pero lee y relee la poesía de sus amigos sin agotarla nunca; y tampoco se pierde los amaneceres. Guillén se figura a Edith «residiendo en su “retiro” horaciano». Los problemas con la vista suponen para ella una limitación importante, y no sabemos si fue esa la razón de que no saliera adelante la proyectada versión en inglés de Trasmundo de Goya. Sus últimas publicaciones académicas son traducciones de poemas de Salinas que hace a medias con Norma Farber. La última carta de Helman que se conserva en el Archivo Jorge Guillén, en la Biblioteca Nacional, es una tarjeta para agradecerle al poeta sus poemas y para felicitarle por su noventa cumpleaños:

Reconozco, agradecida, que yo —como muchos coetáneos míos—, he llegado a la experiencia a través de la literatura, por la poesía. Los jóvenes, en cambio, suelen llegar a la literatura por la vida (si es que llegan). ¡Felicidades!


Edith Helman falleció en su casa de Rockport el 31 de marzo de 1994. Una parte importante de los papeles de su archivo personal llegaron a Simmons en el año 1995. Una amiga, vecina de Rockport, Jean T. Nelson, a quien había conocido cuando compró la casa, fue, al parecer, quien se ocupó de realizar el depósito.

 

[Extractos de «Trasmundo de Edith Helman», texto de Vicente Ferrer Azcoiti incluido en Trasmundo de Goya como semblanza de la autora. La fotografía de Edith Helman (sin fecha) pertenece al fondo Edith F. Helman Papers, Simmons University, Boston].

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