Aguilera, Juan Miguel

Desde que era muy pequeño, los libros siempre han sido para mí un asunto importante. Tengo un recuerdo muy claro de los que leí entonces y de las emociones que me causaron. El primero (no podía ser otro) fue El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Después, me aficioné a las novelas de Jules Verne. Mi familia tenía una lista con todos los títulos disponibles, la mayoría publicados por la editorial Molino, e iba tachando los que me regalaban en un santo, un cumpleaños o en navidad. Como no sólo de Verne puede vivir un niño voraz de lectura como era yo, también me aficioné a Mark Twain, Stevenson y Emilio Salgari. Más tarde descubrí la ciencia ficción norteamericana y cambelliana con Isaac Asimov y Larry Niven. Eran los años de la carrera espacial y el Sistema Solar era realmente la última frontera. Recuerdo la emoción de sentarme con mi padre frente al televisor en blanco y negro, el 16 de julio de 1969, y ver en directo la llegada del hombre a la Luna.
 

Mi primer relato apareció en la revista Nueva Dimensión en 1981, y la verdad es que no creo que fuese gran cosa. Pero era el primer cuento que escribía en mi vida y lo había conseguido publicar sin problemas en una revista prestigiosa, y eso me animó a seguir. Lleno de optimismo, lo siguiente que me propuse hacer fue algo mucho más ambicioso que un cuento. Y más incluso que una novela. Junto con el biólogo Javier Redal diseñé un escenario muy detallado en el que iba a situar una serie de historias. Mi idea era hacer algo amplio en el espacio y el tiempo, como la «Fundación» de Asimov o el «Espacio Reconocido» de Larry Niven. En este universo propio, Javier y yo situamos Mundos en el abismo (1988), Hijos de la Eternidad (1990) y El refugio (1994). Estas novelas, y varios cuentos situados en el mismo escenario, están consideradas por los aficionados como las primeras en nuestro país que abordaban la ciencia ficción espacial desde una perspectiva científica. En palabras del filólogo Fernando Ángel Moreno en su libro Teoría de la Literatura de Ciencia Ficción, «Mundos en el abismo hizo más ambiciosos a todos los escritores de género en muchos sentidos. Su tratamiento de la religión, del space opera, de lo hard, de lo sublime, de la identidad personal, del mundo científico… me parece que han influido muchísimo más que los autores anteriores. Me es fácil encontrar rastros de Mundos en el abismo en mucha ciencia ficción posterior».
 

Mientras tanto, trabajé como diseñador industrial y fundé en Valencia un estudio de diseño e ilustración con Paco Roca. Juntos o por separado realizamos muchas de las cubiertas de libros de ciencia ficción de aquellos años. Empezamos trabajando con la repromáster y con el aerógrafo, y cuando nuestro amigo MacDiego volvió de Estados Unidos con la innovadora idea del diseño por ordenador, abrazamos con entusiasmo esta técnica.
 

En el año 1998 publiqué (ya en solitario) La locura de Dios, con la intención de hacer algo nuevo. Esta novela no era ciencia ficción al uso ni novela histórica, sino un mestizaje de ambos géneros. Los críticos franceses lo llamaron «historia especulativa». La acción transcurre en los primeros años del siglo XIV y el protagonista es el sabio mallorquín Ramón Llull, que emprende un viaje hacia Asia en compañía de un grupo de guerreros almogávares. En su aventura, buscan una misteriosa civilización perdida que en el pasado le llevó el fuego griego a los bizantinos. De fondo, la leyenda medieval sobre el reino del Preste Juan. Esta novela ganó el premio Ignotus en España, y al ser traducida al francés ganó el Gran Prix Imaginales en Francia y el Bob Morane de Bélgica. A partir de ese momento, todas mis novelas han aparecido simultáneamente en España y en Francia.
 

La siguiente fue otra «historia especulativa», la novela Rihla, que se publicó el año 2003 y que narra el viaje de descubrimiento a América de Lisán al-Aysar, un erudito del Reino de Granada, siete años antes que Colón. Lisán había encontrado y descifrado unas arcaicas planchas de plomo donde se relataba el viaje de los antiguos minoicos hacia un lejano continente situado más allá de las columnas de Hércules. Y terminé mi trilogía histórica en el año 2006, con El sueño de la razón. La novela sucede en el siglo XVI, durante el viaje del joven Carlos I para ocupar el trono de España después de la muerte de Fernando el Católico. Con el futuro emperador viajan dos personajes: Cèleste, una joven bruja con una misión, y el valenciano Luis Vives, judío converso y humanista, amigo de Erasmo de Rotterdam, que en el pasado tuvo que huir de su país por el acoso de la Inquisición a su familia.
 

Mientras tanto, en el año 2001, había participado en el proyecto de la película Náufragos, de la directora María Lidón. Mi guión describía un infortunado primer viaje a Marte y estaba basado en la novela El refugio, publicada años atrás. Además me ocupé, junto con Paco Roca, de diseñar los decorados, de la ambientación y de la dirección artística. Los interiores se rodaron en los estudios Panavisión de Los Ángeles y los exteriores en los parques naturales de Lanzarote, que nos dieron el aspecto desolado y fantástico de los paisajes marcianos. Toda mi pasión por los viajes espaciales (y por los viajes de descubrimiento en general) estaba en ese guión, esa locura maravillosa que hace que el ser humano lo arriesgue todo por averiguar lo que hay más allá del horizonte. Simultáneamente a la realización de la película, escribí una novelización ayudado por Eduardo Vaquerizo. Fue Edu quién nos presentó a la persona que escribió el prólogo de Náufragos, nada menos que Luis Ruiz de Gopegui. El físico e ingeniero Luis Ruiz de Gopegui fue el director de la NASA en España en los años en los que el hombre llegó a la Luna. Sí, en 1969, mientras yo me sentaba con mi padre frente al televisor para disfrutar de aquel acontecimiento histórico, Gopegui se encontraba en el ojo del huracán, pues la Estación de Seguimiento de Fresnedillas era la más importante durante el lanzamiento del Apolo 11, y su labor era vital. Fue un verdadero honor que nos escribiese ese prólogo para Náufragos.
 

Después de la película y el libro Náufragos, publiqué varias novelas, muchas de ellas en colaboración con otros autores, algo que me encanta hacer: Contra el tiempo (2001), con Rafael Marín; Mundos y demonios (2005); La red de Indra (2009); Némesis (2011), con Javier Redal; La Zona (2012), con Javier Negrete; y Océanum (2012), con Rafael Marín. También guiones de cómic: Road Cartoons (1998), con Paco Roca; GOG (2000), con Paco Roca; Avatar: Un regard dans l'abîme (2003), Avatar: Griffes dans le Vent (2004) y Avatar: Les fissures de ma caverne (2006), los tres con Rafa Fonteriz.
 

En el año 2011, y gracias a la editorial Media Vaca, tuve la oportunidad de trabajar de nuevo con Luis Ruiz de Gopegui. Esta vez hice de ilustrador de su novela Seis niños en Marte. Una vez más los temas que me apasionan: Marte y los viajes de descubrimiento, y esta vez trabajando con alguien que era parte de la historia de la carrera espacial, que tanto me había marcado de niño. De alguna forma, gracias a este proyecto con Media Vaca, tuve la sensación de que se había cerrado un círculo en mi vida. Fue un verdadero regalo realizar esas ilustraciones y retoques fotográficos para un libro firmado por Luis.