Mackaoui, Sean

Ya en el sótano y a punto de dormirme, recuerdo durante no más de treinta segundos el impacto de diez proyectiles en las inmediaciones de nuestro edificio. A la mañana siguiente un guardia bajó al sótano y me despertó. Con gran amabilidad me informó de que el edificio aún seguía en pie.

Estas palabras pertenecen a Sean Mackaoui, el tipo más informal y a la vez el más impecablemente vestido y mejor afeitado del hemisferio occidental (Lausanne, 1969). Un hombre que sonríe a todo el mundo, que hace chistes que nunca ofenden y que, como buen anglo y ciudadano del mundo, jamás ahonda en temas de religión, política o sexo. O casi nunca. Este anglo-libanés-españolizado coge aviones sin cesar y centra su vida en su trabajo de collagista; obsesión que comparte con sincera alegría a la vez que mantiene un equilibrio emocional envidiable de solapa de bestseller al estilo: «...y vive en Madrid con su mujer, sus dos hijos y un perro». Sean nació en la Suiza inconmovible y quizás por eso sea un tipo tan feliz.

Un buen día, sin embargo, cuando el mundo comenzaba a creer que su dicha era una afección glandular, le tocó hablar de aquella noche en el Líbano. Le temblaron los labios. No supo qué hacer con las manos y se removió en su silla como diciendo: «Joder, tío, ¿por qué hay que hablar de esto?».

Uno no es sólo lo que es, sino mucho de lo que no es.

Unos años después de sufrir la guerra en carne propia, Sean desayuna en su cocina impoluta del barrio de Malasaña y después se pasa el resto del día juntando objetos raros (figuras de plástico, motores, maderas, modelos a escala), amontonando revistas viejas, tijereteando ilustraciones y fotos, llenando sin cesar, y siempre con una pulcritud envidiable, cajones y cajas de papeles impresos hace medio siglo, recortando aquí para pegar allá, segando todo lo que encuentra a su paso para luego, a través de esas formas prestadas, hablar con voz propia.

En fin, haciendo todo lo posible por llenar el mundo de collages: esa expresión feliz, en la acepción armónica de la palabra, siempre elegante como él, jamás busca violentar, perturbar o escandalizar, sino más bien acariciar los pliegues del cerebro como quien acaricia a un gato.

¿Por qué un hombre escoge un camino u otro? ¿Por qué para Sean Mackaoui la tijera es más poderosa que la espada?

Claudio Molinari

Autorretrato del autor