Alfabeto de circunstancias

Me piden que diga unas palabras y que hable en nombre de todos los premiados. No sé si esto es posible, ya es difícil hablar en nombre de dos personas. Me gustaría decir algo sobre la forma en que vivo mi oficio, y dar algunos ejemplos de lo que tengo más cerca. Como sólo dispongo de diez minutos, en estas circunstancias lo más apropiado es leer un Alfabeto de circunstancias. Y eso es precisamente lo que me dispongo a hacer, con la colaboración de unas letras amigas.

La A es la A de ATXAGA. El escritor Bernardo Atxaga adquirió una máquina de hacer alfabetos que ha llegado a manejar con gran virtuosismo. Le pido prestada su máquina —un hermoso artilugio, muy parecido al que se usaba para hacer fideos artesanales—, lo pongo a él al frente para que me dé suerte y sigo adelante.

Golpea la puerta de la B, dando grandes voces, Vicente Blasco Ibáñez. Es natural: estamos en Valencia, hablamos de libros; su nombre es casi imprescindible. Pero no es imprescindible, así que no abrimos la puerta y ya está. A quien sí dejamos pasar es a otro escritor que lleva la B en su apellido. Es Jan BRZECHWA (pronunciado bshegfa), que fue poeta y narrador, y autor de libros para niños. Suyo es el poema «Pali sie!» («¡Fuego!») que ha dado lugar al libro que aquí nos trae. Es un libro sobre los bomberos, pero también se habla en él de una mosca, de san Floriano, de Rubén Darío y de las fallas de Valencia.

La C es la C de CÁRCEL. Este lugar donde nos encontramos, el monasterio de San Miguel de los Reyes, fue utilizado en el pasado como cárcel. Por aquí pasó Vicente Blasco Ibáñez, que insiste en entrar en el Alfabeto. Esta vez se lo permitimos, con la condición de que nos deje copiar un fragmento de una carta enviada desde París a sus socios de la editorial Sempere, luego llamada Prometeo.

«Si es que puedo emitir mi opinión libremente (…) les diré que el cuaderno 4º (de la Historia de la guerra) no me gustó y que el buen aspecto de la publicación no va para arriba.
Esa lámina vieja es un disparate. ¿Por qué roja? Se comprende si hubiese un incendio o antorchas. Pero no hay nada de esto. Es la calma de la noche después del combate, y de tener un color más bien debía ser azul, o el verde de la 2ª lámina. Además ni siquiera es rojo, sino fresa aplastada, o grosella. El color de las estampas de goma de santos que comprábamos de chicos. Muy mal. Eso de los colores es para usarlo con discreción, sobre todo los fuertes. Y exige sentido común para que los colores vayan con arreglo al argumento de la lámina.
Además son demasiadas láminas inglesas seguidas. Parece que sólo hacen la guerra los ingleses. Ahí tienen la Marsellesa cargando a la bayoneta, etc. y otras de L’Illustration. Pero, ¡por Cristo!, no las sirvan con salsa de grosellas.
Espero que una vez advertidos, pues cualquiera puede equivocarse, no reincidirán en el error. Se pueden hacer láminas rojas, pero cuando lo exija el argumento, cuando haya fuego, ¡y de otro rojo!
(…) Otra cosa a Sempere. Si me han de seguir enviando los cuadernos como hasta ahora, en un cartón blando como un moco, más vale que no me los envíen».

Como se puede comprobar por esta carta (y por otras), Blasco tenía una visión de los libros que iba más allá de la que tenían muchos de sus contemporáneos. Para él, un libro era algo que exigía ciertas atenciones, que no se podía hacer de cualquier modo. Si uno quería destacar y hacer dinero, era importante fijarse en los modelos de más éxito.

La D es la D de DISEÑO. El libro es un producto muy diseñado. Importa el papel, la encuadernación, las ilustraciones, la tipografía… También la manejabilidad, el peso, el formato… Todos estos elementos forman parte de la labor profesional de un diseñador, pero cuando esa figura no existía, eran competencia del editor. Todavía hoy, suele ser el editor quien tiene la última palabra en muchas de estas decisiones.

La E es, naturalmente, la E de EDITOR. ¿Qué hace un editor? ¿A qué se dedica exactamente un editor? Si los libros los escribe el escritor, los imprime el impresor, los distribuye el distribuidor y los vende el librero, ¿qué es lo que hace a fin de cuentas el editor? ¿Quién es este personaje? ¿Es un señor rico que tiene el capricho de gastarse su dinero en libros? Pues bueno, hay editores así. ¿Es un señor un tanto pícaro que hace lo que le apetece pero sin pagar a nadie? Pues también los hay. ¿Es alguien que conoce a mucha gente y que se pasa el tiempo asistiendo a cócteles? Los hay, los hay. ¿Es alguien que no se relaciona con la gente y que se pasa el tiempo encerrado en una habitación llena de libros? Pues sí, pues sí. La verdad es que hay editores para todos los gustos. Simplificando mucho, podríamos decir que hay dos tipos principales: los de las grandes empresas (que a veces son los dueños, a veces socios y a veces empleados), cuyas caras, la verdad, nos suenan poco; y los de las casas pequeñas (que suelen ser dueños y empleados al mismo tiempo), que se ocupan de infinidad de cosas y que son —y, seguramente, lo seguirán siendo— completos desconocidos.

La F es la F de ¡FUEGO!, que es el título castellano del libro de Jan Brzechwa ilustrado por Agnieszka Borucka-Foks. Conocimos a Agnieszka en la Feria del Libro de Bolonia, en 2001. (En esa época era Agnieszka Borucka a secas, todavía no se había casado con Mateo Foks). Nos enseñó su proyecto de libro ilustrado a partir del poema de Brzechwa y enseguida quisimos hacer el libro. Si hemos tardado trece años en hacerlo es por causas que se dirán a su debido tiempo. El proyecto de Agnieszka era su trabajo de fin de carrera en la Academia de Bellas Artes de Varsovia, donde ella cursaba la especialidad de diseño de libro.

La G es la G de GRAZKA LANGE. Grazka fue la profesora de la Academia que le hizo el encargo a Agnieszka. Es, seguramente, una de las más prestigiosas diseñadoras de libros a nivel internacional, ganadora de muchos premios. Y es, a pesar de sus méritos, una persona muy discreta. No se deja retratar, y en las fotos de grupo siempre sale de espaldas. Cuando parece que la has pillado distraída, resulta que tiene un jarrón delante de la cara, o un libro, o cualquier cosa más bien opaca.

A Grazka la conocimos también en Bolonia. Profesores y alumnos eran amigos y viajaban juntos en una gran caravana desde Polonia a Bolonia. (Parece cerca porque suena casi lo mismo, pero no es así). Es curioso pensar que estuvimos a punto de publicar a la alumna antes que a su maestra. Aunque al final los libros de ambas han aparecido casi a la vez, con muy poca diferencia. Eso ha sido así, entre otras razones, por lo que se cuenta en la siguiente letra, que es la H de HEREDEROS.

El trabajo principal de un editor consiste, desde mi punto de vista, en resolver problemas. Problemas que abarcan cualquier tipo de cosas imaginables. Cuando Grazka puso a sus alumnos a trabajar sobre poemas de Brzechwa (fallecido en 1966) no sabía que sería tan complicado conseguir el permiso para publicar la obra. En un primer momento, ocurrió sencillamente que no conseguimos localizar a los herederos, y eso que el propio Brzechwa había trabajado en la Sociedad de Autores Polacos. Cuando un día, de improviso, nos llegó una respuesta en forma de correo electrónico, pensamos que habían hecho falta todos esos años para que nuestro interlocutor aprendiera inglés y se familiarizara con el manejo del ordenador. Nada de eso. Pronto recibimos un contrato perfectamente redactado en el que figuraban como beneficiarias hasta seis personas distintas, con porcentajes variables entre el 40 y el 7,5 por ciento. A partir de ese momento, todo fue más sencillo, gracias a que tratamos con una persona que actuó como representante de todos los Brzechwa. A él, a Wiktor Reyzz-Rubini, a quien no conocemos personalmente, se debe el que esta edición haya sido posible.

La I es la I de ILUSTRACIÓN, sobre la que no voy a extenderme. Sólo diré que la palabra ha hecho fortuna y que en los últimos años muchos jóvenes quieren convertirse en ilustradores. Eso estaría bien si su educación fuera tan exigente como la que reciben los alumnos de Grazka, pero no siempre es así. Todos los años, nuevas promociones de jóvenes, que en su gran parte no compran ni leen libros, aspiran a ser los ilustradores de esas obras, que van paseándose de la imprenta a un almacén, del almacén a la librería, y vuelta atrás, sin encontrar lectores.

La J es la J de JUEGO. Las personas que nos dedicamos a actividades relacionadas con los libros hemos de ser conscientes de que entregamos nuestros días a unos objetos que, aunque tienden a ocupar todos los rincones de nuestra casa y todas nuestras maletas cuando viajamos, en general, no importan gran cosa a la gente. Los libros de más éxito siguen siendo los que escriben los presentadores de televisión, y aun esos no los lee nadie. (Seguramente exagero, pero bueno, estamos en la J de Juego). Tenemos pues que inventarnos la manera de pasarlo bien mientras desarrollamos nuestro oficio. En mi caso, trato de relacionarme sólo con gente amable, y busco, en cada uno de los proyectos, todos los recursos de humor, los evidentes y los muy escondidos. Por eso, a pesar del tiempo y el esfuerzo invertidos, acabamos pasándolo bien con el libro ¡Fuego! Nos salvamos, porque hicimos del libro un gran juego.

La K es una letra bastante difícil de ubicar, pero en este Alfabeto no hay duda de que pertenece al nombre KRYSTYNA. Es el nombre de dos mujeres polacas. La primera, Krystyna Brzechwa, que es pintora, tiene 87 años y es la hija del autor del poema ¡Fuego! La hemos conocido hace tan sólo unos meses, casi quince años después de interesarnos por la publicación de esta obra. Nos citó en una cafetería muy elegante del centro de Varsovia, que fue, como nos dijo, el lugar donde se conocieron ella y su marido, Wiktor Reyzz-Rubini. Nos enteramos, en ese momento, de que los dos están separados, pero que han mantenido siempre una buena amistad. Le dimos a Krystyna nuestra edición de ¡Fuego!, y de esta manera, con unos cálidos apretones de manos, concluimos una aventura que necesitaba un punto final.

La otra Krystyna también es polaca, no tiene edad y es profesora en Ciudad de México. La conocimos hace tiempo como colaboradora de la editorial Tecolote, especializada en libros de historia para niños. Como su intervención en este libro es destacada, y aprovechando la circunstancia de que su apellido comienza por L, le dedicaremos la letra.

La L, pues, es la L de LIBURA, que es como se llama esta Krystyna. Es también, un poco, la L de Libro, pero en euskera, Liburu, porque en polaco no tiene nada que ver. Krystyna se ofreció a realizar una traducción literal del poema de los bomberos, que nos fue de gran utilidad cuando el que iba a ser el traductor de este libro salió huyendo en dirección contraria al fuego. El año pasado, en la Feria del Libro de Guadalajara, en México, le entregamos a Krystyna un ejemplar, y le emocionó mucho saber que nos habíamos tomado tantas molestias para dar a conocer a nuestros lectores a este poeta polaco, compatriota suyo.

La M es —no podía ser de otra manera— la M de MÉXICO. Si hoy estamos aquí, si seguimos haciendo libros después de diecisiete años, es, sobre todo, gracias a las compras de libros gratuitos para las escuelas que realiza el Gobierno mexicano. Hemos tenido la suerte de que muchos de nuestros libros han sido seleccionados en los programas que convoca la Secretaría de Educación Pública, SEP, y que de esos títulos se han hecho largas tiradas (la media es, probablemente, de 50.000 ejemplares). Aunque el sistema de selección pueda mejorarse, no hay duda de que el programa es ejemplar y, en América Latina, desde hace algún tiempo, otros países lo vienen imitando. ¡Ojalá dispusiéramos de esa variedad de propuestas para el disfrute y el aprendizaje de nuestros escolares!

La N es la N de NARIZ. No sé cómo ha llegado hasta aquí esta nariz. Quizá sea porque al hablar de traducciones complicadas me he acordado de los versos nonsense de Edward Lear, un autor preocupado por su nariz que dedicó al tema varios versos. Después de muchas versiones, en este preciso momento sigo enredado con las rimas de Lear. Pero no, la nariz no es la suya, ni la de ninguno de sus personajes, sino la de Luis Santángel. Luis de Santángel, banquero valenciano, está considerado como un protector de Cristóbal Colón y un «generoso cooperador del descubrimiento de América». Tiene un busto que lo recuerda de esa manera en el Paseo de la Alameda, más o menos enfrente del bar La Pérgola. En cierta ocasión, hace ya algunos años, Begoña y yo, de ronda por la ciudad, acertamos a pasar por un costado de la estatua. Nos encontramos con que el pedestal estaba todo manchado con símbolos nazis y pintadas de odio a los judíos. El suelo estaba lleno de piedras, y con una de ellas alguien le había roto la nariz al busto. Nos quedamos unos minutos mirando aquel desastre y de repente descubrimos que entre las piedras estaba la nariz de Santángel. La recogimos del suelo y nos quedamos preocupados sin saber qué es lo que habría que hacer con ella. Esa nariz era patrimonio valenciano. Debíamos entregársela a alguna autoridad para que la reintegrara a su cabeza por medio de una cola poderosa. Estuvimos un rato pensando cuál sería el departamento adecuado al que deberíamos dirigirnos: ¿Parques y jardines? ¿Museos? Después de repasar mentalmente varios ejemplos del descuido en que Valencia tiene su patrimonio público, decidimos envolver la nariz en un clínex y nos la guardamos en el bolsillo.

La Ñ de este Alfabeto, que quiero recordar que es un Alfabeto de circunstancias, es la Ñ de AZAÑA. La de Manuel Azaña, el último presidente de la República española. Como me he alargado mucho en la letra anterior, aquí seré más breve. Valencia fue capital de la República en 1937. Aunque parezca mentira, casi nada en la ciudad recuerda ese hecho. Durante muchos años, nuestros gobernantes han preferido echar tierra sobre el asunto y esperar a que el cambio de generaciones nos garantice un olvido perfecto que evitará discusiones que, a su entender, carecen de sentido. En 2014, sin embargo, contradiciendo esa costumbre, el Ayuntamiento de Valencia dedicó una calle a Manuel Azaña. Hecho insólito, que podría considerarse un hito. Como pocas personas se habrán topado con esa calle en sus paseos por la ciudad, diré dónde está para que quien lo desee pueda acudir hasta ella a realizar su homenaje: es el hueco existente entre el campo de fútbol del Levante y el centro comercial Arena. Es, exactamente, el callejón que ese centro comercial utiliza para sus operaciones de carga y descarga.

La O es la O de OJALÁ. Es una exclamación que proviene del árabe wa-sa Alláh, «y quiera Dios», que empleamos mucho quienes nos dedicamos a hacer libros. Según el diccionario de María Moliner, con ella «se demuestra deseo de que ocurra cierta cosa». Ojalá el libro interese a los lectores. Ojalá el ilustrador entregue pronto su trabajo. Ojalá alguien haga una buena reseña de esta obra interesante. Ojalá aquella librería tan bonita ponga nuestro libro en su escaparate. En el mismo diccionario de María Moliner, al menos en la edición que yo tengo, hay otro término relacionado que es el de ojalatero (sin hache): «Se aplicaba en las guerras civiles del siglo pasado (las del XIX) a los que se limitaban a desear el triunfo de los del partido con que simpatizaban, sin contribuir a él». Un sinónimo sería pasivo. Pues también eso.

La P es la P de PREMIOS. Por ejemplo, estos premios. Me gustaría pensar que sirven para algo. Y sí, probablemente sirven para algo, pero aún no he descubierto para qué. Hemos obtenido en ocho ocasiones los premios al Mejor Libro Valenciano, al Mejor Libro Ilustrado (en castellano) o al Mejor Libro de Bibliofilia, y nunca ha venido ningún periodista de medios locales a preguntarnos por ellos, ni han sido requeridos sus autores, ni ha pasado de una docena (hasta el año pasado) el número de ejemplares vendidos como consecuencia de la promoción realizada. ¡Ojalá los premios sean siempre justos, y sirvan además para algo!

La Q es la Q de QUIJOTE, pero está aquí tan sólo para decir que en ese libro, en el Quijote, se hace un gran elogio de otro libro, Tirant lo Blanc, cuya primera publicación, en 1490, celebramos este 20 de noviembre. Por cierto, no es el único suceso importante ocurrido un 20 de noviembre. En un día como hoy, de 1820, un cachalote de 80 toneladas atacó el barco Essex y lo hundió a 3.700 kilómetros de la costa de Antofagasta, Chile. El escritor Herman Melville, al parecer, se inspiró en este hecho para escribir su novela Moby Dick. Volviendo al Tirant, el trozo en que se habla de él, y donde se le considera «el mejor libro del mundo», es muy conocido, y es, para mi gusto, la reseña más estupenda que se ha hecho de cualquier libro. Iba a copiarla en la siguiente letra de este Alfabeto, pero como es un Alfabeto de circunstancias y las circunstancias obligan a terminar, cambiaré la R de RESEÑA por la de RESUMEN, y aceleraré el final sin detenerme apenas.

La S es la S de SANTÁNGEL. Sólo para decir que, como ocurre con todos los cuentos que tienen finales felices, al busto le creció la nariz.

La T es la de TOSCA, del padre Tosca, autor de un mapa de Valencia, dibujado a pie de calle, que se reproduce en las guardas del libro ¡Fuego!

La U es la U de UNIVERSIDAD. (A saber lo que iba a contar aquí).

La V es, por partida doble, la de VICENT VENTURA, periodista y político valenciano, que escribió en algún lugar que en Valencia, a diferencia de otras ciudades, no hay agrupaciones de amigos de esto y de aquello. En resumen, que Valencia es una ciudad sin amigos. Es una idea que habrá que desarrollar como se merece, probablemente en forma de libro.

La W es de WARSZAWA. El nombre polaco de Varsovia, la capital polaca. Es el título también del libro que hemos hecho con Grazka Lange, dentro de la colección de ciudades, que es asimismo un alfabeto. Warszawa es el lugar donde hicimos la presentación del libro ¡Fuego! Concretamente, en el Estadio Nacional de Varsovia, donde los varsovianos ven los partidos de fútbol y donde tienen la humorada de celebrar su feria del libro.

La X es la X de XAVIER ANDREU, amigo de Borriol y doctor en Historia que durante un año fue becario de nuestra editorial y que ahora vive en Copenhague. A Xavi le conté lo difícil que nos resultaba separar el trabajo con los libros del lugar en el que vivimos. Sabe cuánto hay de autobiográfico en nuestro catálogo de sesenta libros. A él está dedicado este Alfabeto.

La Y es la Y de «Y LO DEMÁS», es decir, ese etcétera que se pone al final de las frases. Porque siempre hay algo más. Por eso, los libros.

Finalmente, la Z es la de Z de ZIHUATANEJO, paradisíaca localidad turística de México donde acaban reuniéndose Tim Robbins y Morgan Freeman, los protagonistas de la película Cadena perpetua, cuando escapan de la cárcel. No puedo evitar pensar que Valencia debe de ser el Zihuatanejo de otras personas. ¡Ojalá fuera también nuestro Zihuatanejo!

Vicente Ferrer.

Texto leído el 20 noviembre de 2015 en el acto de entrega de los Premis als Llibres Millor Editats i a la Labor dels Llibrers a la Comunitat Valenciana de l’any 2014.

 

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—¡Válame Dios –dijo el cura, dando una gran voz–, que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros d’este género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto d’él os he dicho.

(Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha; capítulo VI: «Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo»).