Artefactos
Desde los quince años soy autor de publicaciones autoeditadas (lo que suele llamarse fanzine) en pequeñas tiradas de 50, 100 o 200 ejemplares. En ocasiones, de 2 ejemplares (un ejemplar para los lectores y otro para el archivo). Considero que me he convertido en el editor de libros que soy (con dieciséis años de experiencia y tiradas de 3.000 ejemplares; a veces de 80.000 y 100.000) gracias a lo aprendido en estas publicaciones, que escribía, dibujaba, fotocopiaba, coleccionaba, grapaba y vendía personalmente. Creo que descubrí muy pronto que mi principal interés por este medio no era solamente producir un artefacto (la mayor parte de las veces utilizando medios muy precarios) a través del cual comunicarme con otros, sino encontrar a otras personas con similares inquietudes con las que relacionarme y, de paso, trabajar con entusiasmo en estos artefactos. Hacer fanzines (yo nunca los he llamado así) era divertido, pero era más divertido hacerlos con la complicidad de un grupo de amigos: reunirse, pensar colectivamente, pensar a solas en casa y después compartir los descubrimientos.
Muchas de estas publicaciones han sido para mí bancos de pruebas para aprender a redactar textos breves, para combinar tintas directas o para probar el efecto de distintas tipografías; sin embargo, considero que su objetivo no es ese, sino que tienen sentido en sí mismas. Es decir, no son simplemente objetos asequibles que cualquiera puede fabricar con muy pocos recursos, sino un tipo de objetos especiales que muchas veces no tienen nada que ver con otro tipo de creaciones. En un lugar como este (Valencia o España, según los límites que nos fijemos), sin una industria editorial potente y sin un verdadero mercado para los productos culturales, los fanzines o pequeñas publicaciones de aficionados tienen una significación distinta de lo que se puede observar en otras ciudades y países, donde la transición entre lo pequeño y lo grande, entre el amateurismo y la profesionalización, parece un camino natural. Aquí, no siempre los autores y editores de fanzines se convierten en autores y editores de libros o de revistas de mayor ambición y alcance. De hecho, casi nunca ocurre algo parecido. Aunque es peligroso generalizar, diría que los fanzines y las pequeñas publicaciones son casi siempre más interesantes que las producciones que circulan en el mercado comercial; y las personas que los hacen, muchísimo más interesantes, más brillantes y creativas que el grupo de profesionales que se afanan por sobrevivir en ese mundo hostil, donde hace tanto frío, que denominamos «el sector editorial».
Hay publicaciones independientes (también se las conoce con ese nombre) para todos los gustos, en cuanto a su aspecto, a su contenido y a las características de su difusión. Reflejan los variados intereses de sus autores y en muchas ocasiones son autorretratos muy fieles de estos. Algunas son tremendamente coherentes dentro de su incoherencia. A mí me interesó sobre todo la literatura y el humor gráfico; también la poesía y la forma de poner imágenes a la poesía. Sin embargo, empecé haciendo fotonovelas con compañeros y compañeras de clase cuando estaba en el colegio, inspiradas por dos de mis pasiones de esa época: Agatha Christie y Enrique Jardiel Poncela. Esas fotonovelas nos sirvieron para explorar la ciudad cuando buscábamos localizaciones; también eran fiestas de carnaval, ya que nos disfrazábamos; hacíamos fotografías, cuando eso suponía ir a un laboratorio para hacer el revelado; y cuando algunas fotografías no salían, teníamos que improvisar e inventar nuevos textos para ponerlos como parlamentos en los bocadillos. Estoy seguro de que con los medios que la gente joven tiene a su alcance actualmente, se podrían hacer muy interesantes fotonovelas. No sé si eso ocurre. Me imagino que las fotonovelas hechas por profesionales ya no están de moda y probablemente no existen en absoluto. Habría que investigarlo. Como persona interesada por las publicaciones en general (y por las ediciones raras en particular), echo de menos el kiosco como fuente de información infinita. Internet tiene sus cosas buenas, pero no es lo mismo.
Vicente Ferrer
Texto en respuesta a un cuestionario para un artículo del periodista Carles Gámez sobre el fanzine (Quadern, El País, junio 2014). En la fotografía: María José J. (mantendremos el anonimato), disfrazada de espía, en una misión delicada.