Breve noticia sobre el libro en la Edad Media

Hasta que llegó el pergamino, la forma tradicional que tenía entonces el libro era la de un rollo de papiro; papiro que, a su vez, había desplazado a la tablilla de barro. El pergamino, como la vitela (hecha con piel de becerro), estaba elaborado con pieles de animales, era mucho más fácil de manejar y conservar, era más suave y resistente y tenía la ventaja añadida de que se podía escribir por ambas caras. Ese fajo de hojas plegadas y encuadernadas formando cuadernillos recibe el nombre de códice. El origen del pergamino está en la ciudad de Pérgamo, en Asia Menor (hoy, Turquía); se cuenta que cuando el rey Tolomeo de Egipto se negó a facilitar papiros a otros pueblos para preservar la hegemonía de la Biblioteca de Alejandría, Eumenes II, rey de Pérgamo, tuvo que buscar una solución alternativa para abastecer su propia biblioteca.

¿Cómo eran los libros en la Edad Media? Su característica principal, común a todos, es que eran manuscritos: estaban escritos a mano. En su mayor parte, también ilustrados. Contenían decoraciones en las que destacaban las letras capitales, muy ornamentadas (historiadas), trabajadas por verdaderos artistas. Los códices que hoy consideramos más valiosos e interesantes son precisamente aquellos que exhiben un trabajo de ilustración más delicado y minucioso, tanto en las letras capitales como en los bordes de página o en las miniaturas, precursoras de las modernas ilustraciones de libros. El término miniatura procede del latín miniare (pintar con rojo) y se refiere al color de minio que utilizaban los copistas para integrar en el espacio de la página la parte escrita y las imágenes.

Los manuscritos medievales que han sobrevivido constituyen el mejor ejemplo del arte pictórico y decorativo de la época. Estos manuscritos eran ejemplares únicos; las mismas letras se combinaban formando hermosos dibujos. La población en general no tenía acceso a estos libros, reservados a la clase noble y al clero y considerados objetos valiosos con una difusión restringida. La literatura popular (lo que hoy llamamos así) se transmitía entonces de forma oral a través de relatos o de canciones. Se han descubierto pliegos, sin ninguna ornamentación, que habrían tenido como finalidad hacer llegar el texto al trovador o juglar que tenía que decirlos en voz alta.

La mayoría de los manuscritos se crearon en el ámbito cerrado de los monasterios, por monjes amanuenses que dedicaban años de sus vidas a copiar obras del pasado. Gracias a esa labor, que se fue especializando y que propiciaría la aparición de distintos oficios relacionados con el libro, han llegado hasta nosotros obras fundamentales de algunos pensadores clásicos, como Aristóteles, y se ha podido conservar parte del saber de Grecia y Roma. (No hay que perder de vista que nos referimos siempre al mundo occidental, ya que la tradición en Oriente es bien distinta).

Los copistas viajaban a menudo a otros monasterios, a veces muy alejados, para copiar libros enteros. En esa época se crearon grandes bibliotecas dedicadas a preservar y estudiar los conocimientos que la humanidad había reunido durante siglos sobre infinidad de materias. El libro El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y la película realizada a partir del mismo, han contribuido a divulgar la existencia de estas bibliotecas, y a explicar su importancia.

Muchos libros religiosos producidos en esta época son Biblias o textos bíblicos, en especial del Antiguo Testamento, y libros de salmos y oraciones para la liturgia, pero en España existe un tipo de códice manuscrito que constituye un fenómeno especial. Son los Beatos. Son copias del comentario al Libro del Apocalipsis de San Juan que hizo en el año 776 el Beato de Liébana, abad del monasterio de Santo Toribio, en el valle de Liébana, en Cantabria. No es fácil encontrar en ningún otro lugar tantas copias de un mismo libro como las que se hicieron en la España medieval a partir del Libro del Apocalipsis. Se conservan alrededor de 31 beatos —en algunos casos, únicamente fragmentos—, que fueron realizados entre los siglos X al XIII, y de los que 24 contienen miniaturas.

No todos los libros que se hicieron en la Edad Media eran libros dedicados a la religión o destinados a lectores que eran religiosos. Aunque el acceso a la educación era un privilegio de las órdenes religiosas, la nobleza se aficionó a los llamados libros de horas, que contenían oraciones y solían estar personalizados. A partir del siglo XIII surgieron y se extendieron los grandes centros universitarios en muchos lugares de Europa y, consecuentemente, también creció la demanda de libros.

Cuando Johannes Gutenberg (hacia 1400-1468) dio a conocer su imprenta de tipos móviles no debió de ser del todo consciente del enorme éxito que cosecharía su invento. El primer libro impreso por Gutenberg, en 1456, fue una Biblia, de la que hizo 150 ejemplares en papel y 12 en pergamino. Los primeros libros producidos con la imprenta trataron de imitar características de los códices para no provocar el rechazo de los lectores, y eso precisamente ocurre hoy con los libros digitales —especie de tablillas leídas como un rollo de papiro—: son algo nuevo, pero en ellos late con fuerza el mundo del pasado.

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La editorial Media Vaca publica libros muy ilustrados para niñas y niños de todas las edades. Este año celebramos nuestro veinte aniversario y nos apetece mostrar nuestro trabajo, lento, meditado y muy cercano a la artesanía. Nos reconocemos dentro de una tradición, la del libro ilustrado, que se inició con los papiros egipcios, continuó con los códices miniados, se prolongó en aucas y pliegos, que popularizaron los grabados en madera, y ha llegado hasta nuestros días igual y distinta, pero fiel al espíritu humanista de los primeros editores.

Vicente Ferrer

Texto elaborado para un cuadernillo difundido durante el Fin de Semanal Medieval de Rubielos de Mora, los días 23, 24, 25 y 26 de agosto de 2018. Media Vaca participó en el Mercado Medieval con una mesa por primera vez y con gran éxito, ya que se vendieron más de un centenar de libros. Los compradores, por cierto, fueron en su mayoría vecinos del pueblo y no visitantes ocasionales de la feria. (Fotografía de Luis Moreno).