El infierno de Instagram

Desde el pasado 20 de julio, Media Vaca tiene una cuenta en Instagram que ha abierto y administra un lector amigo de la editorial. El asunto tiene su miga, porque hasta el momento la editorial se había mantenido completamente apartada de las redes sociales. De hecho, el editor carece de teléfono móvil y se ha resistido a tenerlo como si fuera un espíritu del bosque. Su forma de comunicarse con el mundo es a través de libros que selecciona o inventa, y que, según dice, son libros para niños. ¿Será esta la señal de cambios profundos en la editorial? ¿Qué será lo próximo? ¿pretender que los libros se vendan? Bueno, eso tampoco hay que descartarlo. Nos gustaría ofrecer a los lectores un contacto más directo con el catálogo de la editorial y acercar a los curiosos cumplida información sobre los libros y sus autores. Por esta razón, tenemos previsto abrir una tienda online en la que venimos trabajando desde hace ya algún tiempo, y esta cuenta de Instagram podría ser un primer paso para familiarizarnos con la herramienta. Al parecer, la página web donde hemos alojado estas reflexiones que me dispongo a compartir con los lectores, inaugurada al poco tiempo de empezar a funcionar (el 17 de noviembre de 1999), no es el medio que utilizan la mayoría de los compradores. Algunos amigos bienintencionados, más o menos expertos, así nos lo han advertido: hoy, la gente que compra cosas lo hace desde dispositivos móviles, mientras bebe una horchata o se desplaza por una cinta transportadora. (Muchas veces me he preguntado qué es lo que estarán haciendo esas personas que veo con sus móviles mientras beben horchata o se desplazan por una cinta transportadora; pues bien, ya lo sé: compran libros, y seguramente se desesperan porque no pueden comprar los de Media Vaca). En cualquier caso, es un alivio saber que a esa desgracia se le puede poner remedio).

Tan sorprendente como la propia existencia de esta cuenta de Instagram es que una semana después de su inauguración, y con tan sólo seis publicaciones, la cuenta tuviera más de mil seguidores. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es lo que siguen estos seguidores? ¿Qué es lo que esperan de nosotros? Le pregunto a mi amigo el promotor de la cuenta, y este me explica de manera muy sencilla el ABC del instagramero. Me alegra descubrir que estamos de acuerdo en lo que podríamos llamar «el concepto general» de la cosa, así como en los pequeños detalles. Las fotografías tienen que ser interesantes y deben estar bien realizadas; los textos que las acompañen deben aportar información útil, y no importa si son un poco largos. Todo, textos y fotografías, debe estar hecho con verdadero mimo. En ese sentido, el trabajo no es muy distinto del que llevamos a cabo cuando hacemos un libro. En fin, después de dar largos paseos por el arrabal (la editorial pronto cumplirá veinte años de existencia), con muy escasa o nula promoción y una distribución restringida, parece ser que finalmente vamos a recorrer una calle principal donde nos encontraremos con todo el mundo y podremos saludar a mucha gente. Así que, aquí estamos, quemándonos los ojos en el infierno del Instagram y tratando de sacar adelante un libro (más bien una enciclopedia) de cuyo desarrollo y conclusión no tenemos la menor idea.

Después de una serie de tanteos, mi amigo y yo hemos decidido que publicaremos tres noticias por semana: los lunes, miércoles y viernes. Tal vez sea un ritmo exigente, pero podremos aflojar más adelante. Los dos coincidimos en destacar la inmediatez que proporciona la herramienta, y en lo paradójico de esta circunstancia, ya que una característica acreditada de nuestra editorial es que tardamos una eternidad en terminar cada proyecto; incluso los que a priori parecen más fáciles se nos resisten. ¿Será posible transmitir algo de esto a nuestros seguidores? Reconozco que soy escéptico, ya que he comprobado que mucha gente cree que conoce algo sólo por haber visto una foto o haber leído dos palabras; pero también me digo que, quizá, la mejor forma de combatir esa manía sea actuar desde dentro. Por lo menos, quiero convencerme de que merece la pena intentarlo, aunque siga pensando que no hay nada como el contacto directo con los lectores (y con quienes no leen). Ese continúa siendo nuestro horizonte, y es uno de los objetivos principales dentro del plan que nos hemos trazado.

Además de tener un número muy alto de seguidores (lo que no sé bien qué significa, ni sé si lo sabe alguien, pero implica una carga de responsabilidad y una pequeña preocupación añadida), Instagram nos ofrece la posibilidad de seguir las cosas que enseñan otros: fotografías de paisajes y lugares visitados en viajes; autorretratos, solos o en combinación con otros; ilustraciones en proceso, recién impresas y oliendo a tinta, y ya empaquetadas en forma de libro; libros vistos, libros comprados y (ojalá) libros leídos; carteles curiosos y grafitis en el estilo del Celtiberia Show de Luis Carandell, libro que tal vez hoy pocos recuerdan; colecciones de objetos que podrían encontrarse en un despacho de Ramón Gómez de la Serna; juguetes, niños y mascotas; gatos, gatos y gatos, a veces indistinguibles de los niños y de los juguetes; homenajes variopintos a autores admirados y un largo etcétera que no soy capaz de resumir. Algunas contribuciones se corresponden con la idea de un diario visual, tal como lo entendían, por ejemplo, el fotógrafo Cartier-Bresson y el cineasta Jonas Mekas. Como seguidor de otros, puesto que hay que poner el límite en alguna parte, he escogido seguir las noticias y fotos que se refieren a amigos y colegas, y también me interesan las cosas que van subiendo todos los ilustradores con los que hemos trabajado en alguna ocasión, aunque de esa colaboración haga ya bastante tiempo. Por ejemplo, los 333 autores del diccionario ilustrado Mis primeras 80.000 palabras, procedentes de una veintena de países, los 35 valencianos del libro Benvinguts al Cabanyal y los 21 japoneses de Érase veintiuna veces Caperucita Roja. De bastantes de ellos no hemos vuelto a tener noticias. ¿Qué vamos a enseñar nosotros? Aparte de colocar algunas bromas, ya que el lugar se nos antoja propicio para tratar lo ligero, no vamos a poder salirnos mucho del repertorio de temas apuntado. Paisajes, pocos, porque no viajamos más que en los libros. Retratos, tampoco: podríamos retratarnos, pero en ese caso deberíamos comprometernos a hacerlo durante cincuenta años, para que la experiencia tuviera interés científico. De lo que se trata, pensamos, es de mostrar facetas poco conocidas del trabajo y documentar la vida errabunda de los libros, que se prolonga en exposiciones, en las ediciones traducidas (fruto de una polinización misteriosa), y, especialmente, en las manos de aquellos lectores que los acogen como algo propio y que son, al fin, quienes llegan a ofrecerles una vida interesante.

Vicente Ferrer

[Imagen: dibujo de Ron Regé, Jr. para el diccionario ilustrado Mis primeras 80.000 palabras. La palabra escogida por Ron fue Discombobulate («Poner en un estado de confusión. Perder la compostura. Confundir»). Hemos reencontrado recientemente a @ronregejr en Instagram, donde cuenta actualmente con 1.720 publicaciones].