Escrito en 2006 para citar a José Cadalso
Queridos amigos y amigas, siento mucho no poder acudir a Huesca para asistir a estas Jornadas. Desafortunadamente, las fechas coinciden con las de la Feria del Libro de Fráncfort, donde la editorial participa con un stand. Aunque avisé con antelación de que no podría venir, prometí a la directora de los encuentros entregarle un escrito, e incluso avancé un título: «Tropezar dos veces con el mismo libro».
No tengo la menor idea de qué quiere decir «Tropezar dos veces con el mismo libro». No pretendía contar nada especial. Me gustó ver juntas las palabras tropezar y libro, aunque no he tenido tiempo de encontrarle un sentido. Sin ánimo de resolver enigmas, y sin el menor deseo de abordar sesudas cuestiones, escribo este texto con el propósito, sobre todo, de agradecer a Rosa Tabernero su gentil invitación y su entusiasmo, y para acompañar en la mesa a José Luis Cano y a Isidro Ferrer, grandes artistas y compañeros.
¿Cómo se hace uno editor de libros infantiles? Desde luego, en mi caso no existe nada parecido a un hecho fundacional que se remonte a la niñez, y no hay antecedentes familiares. Antes de los seis años solo deseaba hacerme mayor. Después de esa edad, también: enseguida te das cuenta de que una persona mayor puede hacer más cosas que un niño. Incluso ahora sigo pensando así. Soy lector desde niño, un lector nada precoz y nada excepcional: leía sobre todo para pasar el aburrimiento, mientras esperaba a hacerme mayor. Empecé a editar pequeñas revistas, libritos, artefactos varios, desde que tenía quince años. A veces en tiradas muy cortas, de diez o veinte ejemplares. Hace casi treinta años que juego a ser editor. Es un juego cuyas reglas no conozco ni acabaré nunca de conocer. Lo único que sé es que consume mucho tiempo y que para todo falta siempre tiempo.
A veces defino mi posición dentro del mundo de los libros declarando que soy ilustrador, lo que a la gente le parece muy natural y muy lógico, como si fuera la explicación de un montón de cosas. No sé qué idea tiene la gente de lo que es ser ilustrador, de lo que es ser editor y de lo que ambos oficios puedan tener de naturales y lógicos, pero siempre me han parecido una maravilla esas respuestas que evitan explicaciones latosas y en muchos casos imposibles.
Así que soy ilustrador, qué le vamos a hacer. Y de alguna manera, después de pensar mucho en ello, decidí dedicarme a editar los libros que me gustaría ver, leer, enseñar y regalar a otros. Como tenemos amigos escritores e ilustradores capaces de hacer trabajos mejores de los que existen en las librerías, entre Begoña y yo decidimos inventar esos libros y ponerlos al alcance de los lectores. Además, siempre hemos pensado que si no había 2.000 o 3.000 personas —la tirada de nuestros libros— interesadas por los personajes y las historias que a nosotros nos interesan, iba a ser difícil salir a la calle y pretender hacer una vida normal sintiendo que vivimos rodeados de completos desconocidos. Verdaderamente este proyecto es también un experimento y una aventura. Para eso sirven los libros.
Ya llevamos ocho años de experimentos y en ese tiempo he tenido que contestar a muchas preguntas relacionadas con nuestro proyecto editorial. Las dos que se repiten con más frecuencia son: «¿de dónde viene el nombre de Media Vaca?» y «¿qué aceptación ha tenido la editorial?». A la primera pregunta nunca sé muy bien qué decir. La segunda ya está parcialmente contestada: poco a poco vamos descubriendo que existen esas dos mil o tres mil personas que son nuestros lectores, entre los que hay gente buena a la que conocemos, y a la que vemos mucho menos de lo que quisiéramos, y muchos lectores anónimos de quienes recibimos los mayores estímulos para el trabajo.
En general debo decir que la editorial ha encontrado desde el principio grandes simpatías y adhesiones por parte de todo el mundo. Ahora bien, no sé qué es exactamente lo que despierta esas simpatías. Editar libros para niños en tapa dura puede estar bien visto, aunque está comprobado que algunas personas se fijan más en la encuadernación que en el contenido. En otros casos hay una clara influencia de los gags cómicos, una afición comprensible que comparto: ves a alguien que está a punto de pisar una mancha de aceite y quieres saber lo que pasa después. Tal vez el que este proyecto no parta de supuestos comerciales y trate de instalarse en un mercado tan acartonado como el español —tan retrógrado en tantos aspectos—, pueda provocar en algunos extrañeza y admiración. La admiración que provocan las actitudes quijotescas, porque aquí, ya se sabe, somos muy admiradores de lo quijotesco, más que del Quijote. Dentro de la profesión, algunos que expresan su apoyo lo hacen en privado y a título personal, pero sin comprometerse. Otros, directamente, no nos toman en serio: deben de pensar, como el torero Guerrita cuando se enteró de que había quien se dedicaba a la filosofía: «¡Hay gente pa tó!».
Y como hay gente «pa tó» tiene que haber también una editorial que sea una alternativa a las grandes empresas editoriales, a las instituciones oficiales y a las multinacionales, que parecen representar la «normalidad» dentro del sector. Desde luego, prefería que no se nos clasificara y que no se nos tratara como alternativa a ninguna cosa. En realidad, desde otro punto de vista, la alternativa a lo que nosotros hacemos son esas grandes firmas y multinacionales, y las pequeñas empresas preocupadas antes que nada por su propia sobrevivencia. Tampoco pensar así convierte a nadie en alternativo. Simplemente hay cosas grandes y cosas pequeñas, cosas lentas y cosas veloces, cosas dulces y cosas saladas, y en la vida de cada día todos usamos un poco de todas estas cosas.
En general pienso que poca gente se plantea cómo es su relación con los libros y cómo influyen estos en su vida, si es que lo hacen. Hay quien los ignora abiertamente y quien no los necesita para nada, pero con frecuencia hay quien, aunque no los lea nunca ni los compre ni los consulte, mantiene una actitud de veneración hacia ellos que les lleva a considerar que cualquier cosa puesta en un libro es una verdad revelada y que sus autores son sabios revestidos de una autoridad especial. No es para tanto. El libro por antonomasia de nuestra cultura, la Biblia, sigue siendo un ejemplo válido para explicar la naturaleza y el destino de estos extraños objetos: a pesar de ser la Biblia una obra archidifundida —lo que hoy llamaríamos un bestseller— sigue siendo pésimamente conocida. ¿Alguien la ha leído de verdad? ¿Alguien se ha preguntado alguna vez cuál sería una buena traducción de ese libro? ¿Cuántas personas, libres de prejuicios y del peso de los comentarios, son capaces hoy de leer el Antiguo Testamento como un libro de aventuras? Aquellos que creen conocerlo porque leyeron una versión adaptada cuando eran niños, ¿llegarán a tener de mayores la curiosidad de asomarse al texto completo, con todas sus truculencias? ¿Ofrecerán a sus hijos versiones adaptadas, las mismas que ellos leyeron, para dar continuidad a esta cadena de torturas? ¿Se habrán vuelto desconfiados y renegarán de todo tipo de libros?
Estoy seguro de que hacemos poco caso a los niños. La prueba es que muchas veces cuando más caso les hacemos es para sobreprotegerlos, y es cuando los tratamos peor. Si nuestra relación con los libros ya es problemática, cómo no va a serlo nuestra relación con los niños. Hay preguntas que nadie se quiere plantear porque no tienen una respuesta fácil: ¿Qué es un niño? ¿Hasta dónde alcanza nuestra responsabilidad hacia ellos?
Cuando pienso en un libro no está en mi ánimo el transmitir ningún tipo de mensaje. No me dedico a hacer libros con el propósito de educar ni de concienciar. Cuando iniciamos un proyecto, ni siquiera sabemos muy bien a dónde nos va a llevar. Nuestra mayor suerte y nuestra gran responsabilidad es que hacemos los libros que queremos hacer y no otros. Tenemos en cada momento que escoger y seleccionar de manera muy cuidadosa, porque solo disponemos de una mínima infraestructura y un reducido presupuesto. Son solo tres libros por año, y esos libros no dependen de las modas ni de las exigencias del mercado ni del criterio de directivos o especialistas, sino de la intuición y el gusto de los editores, que en este caso somos únicamente dos personas. El tono de cada libro debe reflejar necesariamente las opiniones e intereses particulares de los editores y de los autores, y ese es el trabajo que más nos divierte y que preferimos por encima de todo: la búsqueda, el descubrimiento y todo lo que de interesante pueda haber en medio.
Ya termino. Aquí vendría bien una cita de la Biblia, que tiene consejos para todos y que seguro que también dedica dos líneas al tema del compromiso en la literatura infantil y juvenil. Por desgracia —o por fortuna— no he leído ese libro. Quizá más adelante; de momento no hay prisa. Sí en cambio recuerdo haber leído, en uno de los pasajes de las Cartas marruecas del escritor del XIX José Cadalso, una reflexión que puede interesar a cualquiera que se dedique al mundo de los libros y que pretenda encontrar una coherencia entre lo que observa en la vida y lo que aspira a conseguir con su trabajo:
Carta LXXXI
Del mismo al mismo
«No es fácil cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo. Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes. Si, al contrario, uno es humilde y comedido, le desprecian por inútil y necio. Si ven que uno es algo cauto, prudente y detenido, le tienen por vengativo y traidor. Si uno es sincero, humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso; si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante. Estas consideraciones, pesadas con madurez y confirmadas con tantos ejemplos como abundan, le dan al hombre gana de retirarse a lo más desierto de nuestra África, huir de sus semejantes, y escoger la morada de los desiertos y montes, entre fieras y brutos».
Buenas tardes y muchas gracias.
Vicente Ferrer
NOTA: Al pasar a limpio este texto, en abril de 2018, he observado lo siguiente: 1. El editor era, en 2006, un optimista y un escéptico, simultáneamente; 2. Cómo puede alguien hacerle a una amiga la faena de pedirle que lea en público semejante texto; 3. Si esto es lo que pensábamos entonces, qué pensaremos hoy, cuando, más cansados, comprobamos que la editorial es apenas un poco más conocida que cuando empezamos, y que todo cuesta tanto.