Extraterrestres en la Imprenta Municipal
¿Sabéis ese momento en que te tiemblan las manos y la voz? Pues creo que esa soy yo ahora mismo. Y mira que debo de haber repetido esta presentación cuatrocientas veces a cada persona que veía por la calle, pero como que no ha servido de mucho.
Bueno, mejor si empiezo; la verdad es que ya no me acuerdo de cómo empezaba, pero yo tengo mis chuletas. Porque aquí sí están admitidas, no como en mis exámenes. Ya me gustaría a mí poder sacar las chuletas en los exámenes de historia. y hablando de historia, ¿os cuento de qué va la historia que ha escrito mi abuelo? El protagonista de la historia se llama Ludwig. Al pobre le comprendo, y supongo que todos los que tenéis un nombre, por decirlo así, raro, también comprenderéis que vivir con ese nombre no es nada fácil. Vale, pues ahora imaginaros tener ese nombre y no venir de la Tierra, o sea, ser un extraterrestre. Eso sí que es duro. Pues bien, ese es nuestro protagonista. Pero no os preocupéis, que Ludwig lo lleva bien; es más, fue él quien quiso llamarse Ludwig. Y ahora que estamos en situación, os cuento:
Un día, un meteorito cae en la Tierra y los científicos averiguan que tiene células vivas. Tras varios meses de peleas morales y científicas deciden hacer algo con esas células. Consiguen crear un tipo de poni, por decirlo así, pero el poni también es raro. Y así crean doce animales y los meten en un zoo. Pero todos eran extraños y se van muriendo de aburrimiento. Como los científicos, aparte de ser unos cabezotas, son personas que no se rinden, consiguen clonar un humanoide, el nombre técnico para humano. Lo llaman Maximilian X, y este humanoide es nuestro prota, que luego cambia su extraño nombre por otro aún más extraño. Aunque yo, que me llamo Mariú, no soy quién para juzgar: yo solo vengo a hablaros del libro.
Bien, resulta que Maximilian pasó sus primeros cuatro años de vida en una casita en un parque, siendo observado las 24 horas del día por científicos. Hasta que se dieron cuenta de que tenía que tener una vida normal, así que unos padres lo adoptaron y empezó su nueva vida. Los padres se mudaron a una ciudad más grande y se encargaron de cuidar muy bien a Ludwig; le querían mucho. La madre era escritora y el padre psicólogo, así que eran la pareja ideal para cuidar de Ludwig. Cuando llegó el momento adecuado, los padres de Maximilian escribieron un cuento sobre la vida de Maximilian, aunque el nombre del prota era otro. Poco a poco, Maximilian pilló la indirecta. Se obsesionó con el tema y se cambió el nombre por el de Ludwig, que era el nombre del prota del cuento que le habían escrito sus padres. Ludwig estudió astronomía y en la universidad se juntó con cuatro amigos y decidieron averiguar de dónde venía el meteorito que había caído en la Tierra. Y una vez que dieron con los supuestos planetas, enviaron un mensaje a cada uno de esos planetas posibles. Porque, como ya he dicho antes, los científicos son unos cabezotas, pero unos cabezotas que no se rinden; y cómo se iban a rendir ante el hecho de hablar con extraterrestres. Sin embargo, de dar resultado el mensaje, la respuesta de los extraterrestres tardaría 40 años, por lo que Ludwig siguió con su vida. ¿Qué iba a hacer si no? Bueno, y ya no os cuento nada más, porque si no os cuento el libro entero.
Es verdad que el libro no engancha con la primera frase, pero te va enganchando sin que lo sepas, porque consigue que te quede la duda. Y esa duda te impide dejar de leer el libro. También consigue que te encariñes con nuestro alien de extraño nombre, Ludwig, y que sientas lo que él siente. Otra cosa que consigue este libro es que te hagas unas preguntas un tanto complicada de responder, ya que, como Ludwig dice: «Estoy condenado a un destierro que durará toda mi vida». Pensadlo: por no querer nosotros sentirnos solos en el universo hemos hecho que otros se queden solos. En este caso, Ludwig. Aunque espero que os leáis el libro para que se sienta menos solo.
A mí su lectura me hizo pensar, y algunos días después escribí un texto breve que os voy a leer ahora para terminar. Se titula «A lo mejor».
A lo mejor sí estamos solos en el universo, y a lo mejor tenemos miedo a la soledad y por eso nos pasamos la vida buscando una persona con quien compartirla. Puede que sea nuestro miedo a la soledad lo que nos lleva a buscar gente fuera de nuestro propio planeta. Y es por eso por lo que corremos en vez de andar. Corremos buscando a esa persona, corremos chocando con la gente, pensando que ninguna es la ideal, sin saber que hemos chocado con tantas personas perfectas para nosotros, personas que aunque no encajen son perfectas. Porque el amor consiste en encajar, consiste en encontrar a esa persona que te saque sonrisas con solo mirarte y te haga sentir seguro. Pero a lo mejor la gente prefiere pensar en Cupido, el ángel que falla al enamorar, y por eso no funciona; pero es que, si no funciona, se vuelve a intentar…
Muchas gracias.
Mariú
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Señoras y señores, muy buenos días y muchas gracias por su asistencia a este acto.
Estoy bastante desconcertado. Mi nieta Mariú, que solo tiene 14 años, acaba de presentar mi último libro. Esto, lógicamente, me ha emocionado mucho y estoy un poco desorientado y sin saber bien qué decir ahora. Pero, como he venido a hablar con ustedes, lo haré, aunque no sé cómo me saldrá.
Sobre el libro que estamos presentando, en primer lugar, quisiera decirles que no se trata de un cuento, que sería lo lógico dada la edad de la presentadora. Se trata de una novela de anticipación científica (ciencia ficción, dicen los anglosajones), pero es una novela un poco especial porque no es una novela fantasiosa como, por ejemplo, las novelas de Julio Verne que a mí tanto me gustaban cuando era joven, en las que los personajes viajaban al centro de la Tierra y los millones de grados de temperatura que hay allí no les afectaban lo más mínimo; o aquellas otras en las que un grupo de personas muy numeroso se traslada a una galaxia lejana y no se explica cómo han podido hacerlo. Todo lo que ocurre en la novela de la que les estoy hablando es posible en la realidad, porque no contradice en nada las leyes de la naturaleza. Es cierto que eso que sucede es muy poco probable, pero es posible.
Muchos de ustedes se preguntarán: Este señor tan mayor, que ha trabajado treinta años para la NASA, ¿por qué escribe una novela de extraterrestres en lugar de escribir algo sobre el espacio exterior, que es tan interesante?
Ciertamente, tienen razón, pero es que yo ya he escrito varios libros sobre esos temas y ahora he decidido cambiar de argumento. Lo he hecho porque a mí me preocupa mucho una pregunta que me ronda por la cabeza desde hace tiempo: ¿Estamos solos en el universo?
El universo, como ustedes saben, es prácticamente infinito. Si fuera, por ejemplo, del tamaño del planeta Tierra, los humanos habríamos explorado bastante menos que la punta de un diminuto alfiler. Por tanto, no podemos decir si los extraterrestres existen o no.
Es cierto que llevamos más de medio siglo intentando comunicarnos con ellos mediante el programa llamado SETI (de «Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre»). En este programa, en el que durante algún tiempo participó la NASA —y yo mismo, cumpliendo los deseos de la agencia espacial americana—, intenté involucrar también a algún organismo español; sin éxito, por supuesto. Pero es que el tema de los extraterrestres a muchos les suena a broma. Les voy a contar una anécdota que les hará gracia.
Hace bastantes años, estaba un miembro de la NASA defendiendo el presupuesto de su Agencia en el Senado de los Estados Unidos, porque todas las agencias estatales deben hacerlo, y cuando llegó al punto del SETI, un senador, de nombre Proximeyer, le preguntó: «¿Qué es eso del SETI?».
«Se trata de los fondos que utilizamos para un proyecto muy interesante que consiste en buscar inteligencia extraterrestre mandando mensajes al espacio lejano en busca de alguien que los conteste».
«No siga, por favor —interrumpió el senador—, quiero que esos fondos desaparezcan de su presupuesto. ¡No encontramos nosotros inteligencia en Washington y quieren ustedes que la busquemos en otros mundos remotos!».
Volvamos al libro que estamos presentando. Los expertos opinan que los viajes interestelares procedentes de lugares situados a distancias superiores a cien años luz son prácticamente irrealizables; y los que pudieran realizarse que tuvieran su origen en lugares más cercanos, que quizá pudieran abordarse si las futuras tecnologías los hacen posibles, sin embargo, requerirían consumos energéticos elevadísimos, lo que inevitablemente los convierte en muy costosos.
Las anteriores consideraciones hacen pensar que el encuentro con seres extraterrestres inteligentes resulta tremendamente improbable, en contra de lo que opina mucha gente ignorante de estos temas que ve extraterrestres por todas partes.
Pero hay otro punto que hace aún más improbables esos encuentros. Lo que nos gustaría encontrar no son seres extraterrestres únicamente inteligentes, porque nosotros somos mucho más que eso. Inteligentes son muchos animales, como las ballenas o los perros, porque son capaces de extraer experiencia de hechos pasados e incorporarla a su conducta, sobreponiéndolos estrictamente a lo inscrito en sus genes. Lo que nos gustaría encontrar son seres semejantes a nosotros. ¿Qué es lo que nos caracteriza principalmente? Según los expertos, lo que nos hace seres humanos es nuestra extraordinaria capacidad para crear una cultura avanzada y tecnológica.
Solo si encontráramos seres con esta extraordinaria capacidad podríamos intercambiar con ellos información altamente interesante relacionada con sus modos de vida y preguntarles en qué etapa de su historia se encuentran, qué desarrollo cultural han alcanzado, qué nodos políticos practican, si se siguen matando a cañonazos o si resuelven sus problemas mediante modos más avanzados, etc., etc.
Todas estas consideraciones me hacen pensar que resulta más que evidente que yo, que ya casi tengo noventa años, me voy a morir sin saber si los extraterrestres existen o no. Por eso ahora me entretengo escribiendo novelas sobre extraterrestres, que prácticamente es lo único que puedo hacer. Esta es ya la segunda que escribo y, dada mi escasa producción, pues soy un escritor aficionado y no profesional, dos son muchas. Esta es sobre el origen de la vida; la anterior fue sobre el problema de la comunicación con los extraterrestres, porque este es un gravísimo problema. Les cuento una última anécdota y termino.
A mí me llamaron una vez de una radio para que fuera allí porque había un torero muy famoso que decía que él había visto a unos extraterrestres que iban en un coche muy grande y que él tuvo que parar su propio coche al verlos. Eran unas chicas rubias muy altas y con la cintura muy estrecha con las que estuvo hablando y que le contaron del mundo del que venían. «¿Cómo hablaste con ellas», le pregunté yo tímidamente. «¡Jozú!, ¡parece usted tonto! ¡En inglé, cómo va a ser!».
Muchas gracias, y quedamos a su disposición por si tienen alguna pregunta para Mariú o para mí.
Luis Ruiz de Gopegui
[Intervenciones de Mariú, comentarista de la obra, y de Luis Ruiz de Gopegui, su autor, en la presentación del libro Ludwig el extraterrestre, que tuvo lugar en la Imprenta Municipal-Artes del Libro, de Madrid, el sábado 27 de mayo de 2017. Fotografía de José Rodríguez].