Gozos de la vista

Los ojos ven, miran, observan, descubren, aprecian, divisan, avistan, columbran, perciben, reparan, examinan, reconocen, distinguen, otean, contemplan, curiosean, fisgan, atisban, ojean, advierten, acechan, espían, vigilan, vislumbran... Una persona con un par de ojos sanos no debería aburrirse ni un momento. Incluso con un solo ojo se lo pasa uno pipa. El mecanismo de una máquina exprimidora, un ministro resbalando en el hielo, un bañista pidiendo socorro, una mosca golpeándose contra un cristal, una azafata mostrando el uso del chaleco salvavidas, dos gorilas besándose, etc., son cosas que vale la pena ver por lo menos una vez en la vida.

Hay una forma especial de mirar que es la del dibujante. El dibujante ve, mira, observa, descubre, aprecia, divisa, avista, columbra, percibe, repara, examina, reconoce, distingue, otea, contempla, curiosea, fisga, atisba, ojea, advierte, acecha, espía, vigila, vislumbra; en definitiva, somete a la naturaleza y a todas sus criaturas a un minucioso escrutinio. Hace todo ello a la vez, con un único gesto. Y después de ver, mirar, observar, descubrir, apreciar, divisar, avistar, columbrar, percibir, reparar, examinar, reconocer, distinguir, otear, contemplar, curiosear, fisgar, atisbar, ojear, advertir, acechar, espiar, vigilar y vislumbrar, etc., ¡va y se lo inventa todo! Es su trabajo: reconstruir el mundo para ayudarnos a ver; el dibujante nos arranca las telarañas de los ojos y nos pone delante una lupa de gran aumento. Bajo la lupa no existe la línea recta; la regla más perfecta no es sino una sierra tan afilada como la del Himalaya. Bajo la lupa, la cabeza de un alfiler resulta ser la cabeza del emperador Carlos V con sombrero de caza; y aplicando la lupa de nuevo, la cabeza del emperador es un pimiento.

Para las personas que no están acostumbradas a mirar, una flor es siempre la misma flor y una casa la misma casa, y el humo de esa casa siempre el mismo, y el inevitable caminito serpenteante siempre el mismo serpenteante caminito. Pero el dibujante despierto ¡jamás! dibuja dos veces la misma piedra: se parecerán más o menos, podrán ser calcadas, indistinguibles, pero diferirán seguramente en su composición geológica. Eso es porque el dibujante es un creador que hace y deshace a su capricho, y quita y pone según le dicta el ojo que es el faro que guía su mano y su cabeza. Alimentar la luz del ojo, aprender a ver, es ocupación de toda una vida. Entre la piedra 1 y la piedra 1.000.000 hay aerolitos y peladillas, incontables tinteros vaciados y muchos más garabatos: lo que algunos llaman una rica experiencia.

El dibujante se parece al pescador de caña por su capacidad de observación y por su dominio de una técnica difícil. Maneja la caña y suelta hilo sobre una superficie tan frágil y escurridiza, tan dispuesta a quebrarse como el agua. Con paciencia y con la pericia y agilidad que dan la práctica, el dibujante desenrrolla la madeja y dispone en determinado orden puntos y líneas, mínimos elementos con los que lleva a cabo su trabajo. Después deja la caña clavada entre dos piedras, se sienta bajo un sauce y se dedica a contemplar la evolución de las nubes, al bañista que pide socorro, a los dos gorilas que se besan, y piensa en cosas extraordinarias mientras sus dibujos van capturando a los lectores desprevenidos.

Arnal Ballester ceba su anzuelo con la mosca del humor. No hace falta decirlo. Como tampoco hace falta decir que el humor es una manera particular de mirar que se practica con la mayor seriedad y que, por cierto, no todos los dibujantes poseen. Saul Steinberg, George Grosz, Roland y Nicolás Topor y Eduardo Arroyo también templaron su caña en esas aguas. Con exquisita aplicación A. B. hace sus dibujos en servilletas de papel, en trocitos de cartón, en cuadernos que moja la lluvia y en los márgenes de los periódicos. Su fuente de inspiración es este sinsentido que solemos denominar mundo real, y el resultado de esa inspiración es otro mundo minúsculo que tiene todo y nada que ver con el grande. Los personajes y escenarios del teatrito, como se verá, pertenecen al principio o al final de alguna historia misteriosa, o se encuentran de pronto en plena aventura cuando la función cumple su minuto 37. Es un mundo hecho de fragmentos diminutos, aparentemente sencillo de abarcar, pero que hay que mirar con lupa.

El dibujante, y con él nosotros, tira sus líneas y sus volutas siguiendo tal vez el recorrido que traza en el aire el vuelo de una mosca, y se entretiene pensando en cómo dibujaría esta mosca si la pudiera amaestrar, si le bañara las patitas en tinta, si le amarrara un tubo de pintura sobre las alas, etc. Mientras tanto la mosca, la gran amiga de los humoristas, sólo está haciendo tiempo; confiada mira su reloj esperando que llegue el instante fatal y se presente la ocasión de merendarse un cadáver.

Hasta que eso ocurra, y deseemos que sea tarde, lo único que podemos hacer es abrir de par en par nuestros luceros y ver, mirar, observar, etc., etc., etc., hasta que revienten los ojos de puro cansancio.

Herrín Hidalgo


Texto publicado como ¿prólogo? del libro de Arnal Ballester Vista cansada (Ediciones Sins entido, 2000). Los dibujos reproducidos sobre estas líneas, que forman parte del libro, llevan los siguientes títulos: (de izquierda a derecha y de arriba a abajo) Eslovaca con vaca; Hasta mañana, amigos; Java des Comptoirs; El repartidor de pizzas; Homenaje a Celia Gámez; Fin de carrera; Alcohólico anónimo; Jazz; Popota; Giraffe de poche.