Imágenes, imágenes, imágenes
El sueño es la última selva que les queda a los animales. En el mundo de la vigilia no les ofrecemos muchas posibilidades: cuando no los matamos para comerlos lo hacemos como simple diversión. Y a los que mantenemos a nuestro lado los tratamos como trata un rey a sus bufones. Sin embargo, cuando cae la noche, los animales consuman su venganza de siglos; sus víctimas son nuestro lado más débil: los niños, nuestros cachorros.
¡Imágenes! ¡Imágenes! ¡Imágenes! Infinidad de veces me he preguntado de dónde podrían proceder la multitud de escenas que poblaban tumultuosamente mis sueños. Porque en la vida cotidiana no veía nada semejante a aquellas imágenes soñadas. Imágenes que martirizaron mi niñez, haciendo de mis noches una sucesión de pesadillas. Llegaron a convencerme de que yo era diferente de mis semejantes: una criatura antinatural y maldita.
Leyendo el libro de Alejandro Rodríguez León (qué bien, un libro de artista que se puede leer) recordé las palabras con las que arranca el relato de Jack London Antes de Adán, y que habla de ese tiempo remoto en el que todos éramos animales más o menos refinados. La conquista de la condición humana nos llevó un largo camino. ¿Soñábamos entonces? ¿Era humano nuestro soñar? ¿Acaso nos hicimos humanos gracias a los sueños?
Las imágenes fabricadas por Alejandro son fragmentos que se prolongan más allá del papel. Como ocurre con los buenos libros, dejan que el lector ponga su parte. Son imágenes llenas de líneas, líneas, líneas, que capturan un instante de movimiento, y algo más que nunca registrará una polaroid o una cámara digital y que podríamos traducir como voces y olores. No se puede contar un animal sin describir su olor, su mezcla de olores. Es un privilegio que pertenece al grabador, porque la madera con la que contiende proviene directamente de la selva primigenia.
Estaba comiendo a un niño es un bestiario, es decir, uno de esos libros a través de los cuales los hombres intentamos catalogar y comprender el mundo, y que si sirven para algo es sobre todo para avivar nuestra fantasía. Puede leerse también como una colección de exvotos: esas imágenes con una intención mágica que producimos para expresar nuestro agradecimiento y nuestro desconcierto ante el milagro de la vida, amenazada por peligros constantes. Si me ofrezco en un retrato al tigre que quiere devorarme, el tigre, satisfecho, me dejará escapar.
Vicente Ferrer