Lista de bodas
Begoña y yo nos casamos en octubre de 1988 y pusimos nuestra lista de bodas en la librería Railowsky. Nos gustaba el nombre, nos gustaba la imagen que sus promotores habían elegido como emblema, y nos gustaban sus libros. Pensamos que sería una forma de apoyar a este negocio entusiasta y valiente (una librería con sala de exposiciones, especializada en fotografía) inaugurado poco tiempo antes y situado además en el barrio en el que había transcurrido mi infancia. También, hay que reconocerlo, parecía una solución rápida para hacerse con una serie de artefactos –libros– que nosotros considerábamos (y aún consideramos) muy valiosos y tan necesarios como el más útil electrodoméstico.
Para vivir, necesitábamos libros. Libros que nos enseñaran cómo vivía la gente antes de nosotros; libros para conocer el significado de todas las palabras; libros que nos dijeran cuáles eran los libros que deberíamos leer sin falta y qué obras de arte deberíamos apresurarnos a visitar. En aquella época es posible incluso que quisiera llegar a distinguir una columna jónica de una columna dórica o corintia; no estoy seguro, pero quizá me pareciera importante. También, sobre todo, queríamos aprender a cocinar ricos y variados platos. En fin, necesitábamos cuanto antes libros para aprenderlo todo, para que nuestro viaje por la vida fuera lo más parecido a saltar un charco: un pas de deux, ejecutado con la gracia y ligereza de los bailarines.
Recuerdo bastantes de los libros de nuestra lista de bodas: la Historia de la vida privada, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby (obra en dos volúmenes); el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española de la Real Academia Española (seis volúmenes); los Papeles póstumos del club Pickwick de Dickens (tres volúmenes en edición de bolsillo); la Historia del arte valenciano, dirigida por Vicente Aguilera Cerni (seis volúmenes); la Historia de la literatura universal, dirigida por Martín de Riquer y José María Valverde (diez volúmenes); la Historia ilustrada de las formas artísticas (doce volúmenes en edición de bolsillo); la Enciclopedia culinaria de la Marquesa de Parabere (dos volúmenes, dedicados a lo salado y a lo dulce: La cocina completa, y Confitería y repostería).
Una amiga, Teresa, nos obsequió con un libro que ella misma escogió en la librería y que no figuraba en el programa: Paris de nuit, de Brassaï, una hermosa edición con las páginas enteramente impresas en negro donde los únicos blancos son manchas de luz procedente de bombillas, farolas y letreros luminosos.
Sin duda hemos aprendido algunas cosas desde la celebración de nuestra boda, y una de ellas es que la vida no es amable con los lectores. Los niños que dan un salto para evitar un charco (actitud en la que ha quedado para siempre inmortalizado el personaje que sirve de logotipo a Railowsky), o para no quemarse los pies en la arena ardiente, deben saber que su futuro va a consistir en dar saltos permanentemente. Hay muchas razones para saltar y pocas ocasiones para leer con tranquilidad. Por desgracia, como compruebo ahora en este ejercicio retrospectivo, no hemos encontrado el sosiego necesario para leer con atención y detenimiento muchos de los libros; algunos, sólo han sido abiertos en contadas ocasiones. En todo este tiempo nos hemos dedicado más bien a producir nuestros propios libros.
Sin embargo, puedo decir que he leído los Papeles póstumos del club Pickwick de Dickens, y es, por casualidad, uno de los libros que Begoña está leyendo en estos días. Y naturalmente, por razón de nuestro trabajo, abrimos con cierta frecuencia determinados libros para realizar consultas. Así vine a descubrir, muchos años después de que llegara a nosotros, que en el tomo 3 del diccionario de la RAE hay un pliego de menos, mientras que otro aparece repetido. Faltan pues en ese libro todas las palabras comprendidas entre «escandalosa» y «espalda». Hasta hoy mismo, que he querido anotar con más precisión las dimensiones del hueco, sabía que faltaban palabras en la zona de la letra e, pero no recordaba exactamente dónde; sólo sabía que si la palabra que tenía interés por localizar empezaba por e, iba a estar con toda seguridad entre las que se quedaron fuera de mi libro.
Uno de los volúmenes más leídos y manoseados de nuestra lista de bodas es el de María Mestayer de Echagüe (Marquesa de Parabere), la Enciclopedia culinaria. Se ha convertido además en un álbum de recortes que contiene recetas sacadas de otros libros o copiadas a mano. El libro de dulces se abre además con una cariñosa dedicatoria-discurso (170 palabras, las he contado) de nuestra amiga May, que hace más dulces los dulces e incomparablemente más nutritiva la obra.
No tenemos hijos, pero hay libros en todas las habitaciones de nuestra casa, y por ellas corretean nerviosos nuestros queridos lepismas o pececillos de plata; unos saltan como railowskys, otros se quedan quietecitos como si hubieran sido sorprendidos en una mala acción, pero todos nos saludan agradecidos y felices por el acopio de alimento, distracción y juego que hemos procurado para ellos y para varias generaciones de sus herederos.
Vicente Ferrer
Valencia, 15 de octubre de 2010
Texto escrito con motivo del 25 aniversario de la Librería y Fotogalería Railowsky de Valencia. Ilustración: tarjeta de boda de B y V. Dibujo de Antonio Fernández Molina (1988).