Un discursito
La editorial Media Vaca empieza a publicar sus primeros libros a finales de 1998.
Los tres salieron de golpe en navidades, en el último momento, cuando los libreros ya no aceptan más novedades.
La experiencia nos hizo pensar que tres libros eran todo lo que podíamos hacer en un año.
Tres libros al año quiere decir que de repente un año no hacemos ningún libro porque no hemos tenido tiempo.
Los tres libros eran bastante distintos: uno tenía la portada roja, otro azul y otro anaranjada.
El de color rojo tenía el título en catalán: No tinc paraules; el azul parecía apropiado para los más pequeños: Narices, buhitos, volcanes y otros poemas ilustrados; el anaranjado prometía en el gracioso nombre del protagonista, Pelo de zanahoria, un montón de simpáticas aventuras.
El libro con el título en catalán, sin embargo, no tenía texto ni en catalán ni en castellano, lo que desconcertó a los lectores de ambas lenguas; la colección de poemas ilustrados incluía obras de autores que nunca han figurado en antologías infantiles como Francis Picabia, Oliverio Girondo o Ángel González; por último, el libro que prometía tantas risas, siendo profundamente humorístico, no podía resultar gracioso ni para los niños ni para sus padres, pues cuenta la infancia de un hijo no querido y cómo se sobrevive a eso.
Soy ilustrador. Después de pensar mucho en ello decidí dedicarme a editar los libros que me gustaría ver, leer, enseñar y regalar a otros.
Pensar mucho en ello quiere decir no pensar nada en ello e, ignorante, lanzarme a la aventura.
Si digo «soy ilustrador» parece que lo explico todo acerca del origen de la editorial y de mi vocación, pero qué quiere decir ser ilustrador.
A pesar de esa declaración, que tiene seguramente alguna importancia, debo decir que la mayor parte de los libros, o todos los libros sin excepción, proceden de un material literario previo.
Como ilustrador he trabajado poco para el mercado de libros infantiles, aunque siempre he dibujado. Como muchos niños y jóvenes que escriben y dibujan, también me inventé mis propias publicaciones. Primero hechas a mano, después reproducidas con fotocopiadora, después en imprentas rápidas.
Como ilustrador fundé con unos cuantos compañeros una asociación de ilustradores. Cuando empecé a hacer libros me di de alta en una asociación de editores, por compromiso de solidaridad y alegre compañerismo.
Estoy seguro de que actualmente no me siento representado por ninguno de estos colectivos. Me siento aún más raro junto a los editores.
¿Qué hace un editor? Lo desconozco. Creo que hay tantas clases de editores como libros.
Aunque los editores son tan distintos en muchos aspectos, todos coinciden en un punto: todos dicen que se producen demasiados libros, y que eso es un problema tremendo. Sin embargo, ninguno está dispuesto a producir menos libros: al parecer son los otros quienes deberían hacerlo.
¿Qué es lo mejor de que existan tantos libros? ¿Qué es lo mejor de los libros? Para mí, como lector –y antepongo a cualquier otro este punto de vista–, lo más importante sin lugar a dudas es la variedad: que haya libros distintos.
Sin embargo, por alguna razón, de poco nos sirve producir tantos títulos porque, cada vez más, editores que son tan distintos se ponen de acuerdo en hacer libros idénticos. Ocurre así en los libros en general y en esa subespecie que solemos llamar libros para niños.
¿Y cómo son esos libros para niños? Si hubiera que describirlos de una manera brevísima diríamos que son libros de los que se pueden vender muchos ejemplares y que en consecuencia hacen ganar dinero.
¿Cuántos son muchos ejemplares? Muchos ejemplares, hablando de libros para niños, son los que vende cada entrega de Harry Potter.
En el mundo de los libros, como he ido aprendiendo, son importantes las referencias. Por ejemplo, de cada 5 niños que leen libros, 5 leerán Harry Potter. De cada 5 niños que han comprado (o a quienes han comprado) un Harry Potter, 5 niños comprarán otro libro que suene parecido.
Esta estadística es inventada, no está copiada de ningún estudio científico.
Las referencias, los modelos, son importantes. Son señales en el horizonte hacia donde dirigirnos.
Muchos editores que no han editado Harry Potter deben pensar: si no vamos a ganar mucho dinero, por lo menos debemos evitar gastar mucho dinero, ya que no es seguro que lleguemos a vender nuestros libros. Por eso, la mayor parte de los libros que encontramos en las librerías son, desde el punto de vista de su presencia física, digamos, algunos de los productos más insípidos, raquíticos y deleznables de toda la historia del libro desde Mesopotamia hasta nuestros días.
Hay excepciones, siempre desde el punto de vista de la presencia física: los libros que llamamos best sellers, gruesos volúmenes, encuadernados en tapa dura que no son propiamente libros para leer, sino electrodomésticos de pequeño formato apropiados para un regalo.
Dentro de los llamados libros para niños están los conocidos como álbumes que igualmente resultan adecuados para asistir a un cumpleaños. Uno queda bien ofreciéndolos y no se siente violento a la hora de repetir tarta.
La mayor parte de estos libros álbum, sin embargo, son de autores extranjeros porque son más baratos.
¿Por qué son más baratos? Porque cuesta menos pagar una coedición o una compra de derechos de traducción que una obra de producción propia, que supone pagar a más gente y asumir más riesgos.
Un libro que ha sido ya editado por otra editorial en otra lengua o en otro país se beneficia de una promoción previa. En muchos casos el éxito del libro ha sido ya probado por haber ganado determinados premios, por haber logrado buenas críticas o por haber vendido un número de ejemplares significativo.
Muchos de los libros que producimos los editores españoles son libros destinados al mercado escolar, y no son pocos los libros que están escritos por maestros.
Del mercado escolar, de la lectura obligatoria en las escuelas, de los libros que sirven de apoyatura a las lecciones, del nivel de exigencia de esos textos, de la venta de cosas muy dispares reunidas en similar envoltorio, del peso de la marca y el diseño sobre la valoración y el reconocimiento de los autores, ya se debe haber dicho casi todo, así que sólo diré una cosa más:
A menudo se confunden los libros para niños con las cartillas para aprender a leer. No son lo mismo. Los libros para niños deberían ser igual de estimulantes para la imaginación que los de los mayores. Deben ser literatura, sea lo que sea la literatura.
Por otra parte, no sé si hay estadísticas sobre esto pero siempre he tenido curiosidad por saber, del total de libros para niños que se venden, qué porcentaje son comprados por los propios maestros o por los ilustradores.
Acerca de los maestros que escriben libros de caballerías y libros de literatura surtida –todo menos cartillas–, no tengo ideas propias, pero hago mía la opinión de Manuel Bartolomé Cossío, maestro y pedagogo de la Institución Libre de Enseñanza.
Cossío escribió lo siguiente, en fecha posterior a 1878:
Alguna vez he tenido la idea de reunir datos y materiales para escribir para los niños. Me parece un error y un peligro del que debe uno guardarse mucho. Eso no puede hacerlo más que un artista. Al pedagogo le queda el trabajo de aprovechar lo que los grandes maestros han escrito y saber cuál, qué cosa y en qué tiempo puede darse al niño, pero de ninguna manera producir él. Educar es un arte: pero los educadores pueden muy bien no ser novelistas. El artista literario se propone hacer su obra, pero no para niños, ni para hombres, etc. sino hacerla aunque no tuviese lectores. La obra resulta y si es verdaderamente humana, entra el arte del pedagogo para saber qué es lo que de ella puede tomar el niño. Los pedagogos se han metido a escribir para niños y así ha salido ello. Deben limitarse a aprovechar el material que el artista produce.
La cuestión de los libros para niños tiene todo que ver con la educación. Tradicionalmente ha estado en manos de la Iglesia. En España aún es así en gran parte. Una Institución Libre de Enseñanza es hoy tan necesaria como lo fue el día de su creación.
La responsabilidad de educar debe recaer en el conjunto de la sociedad.
Hay muchos intereses implicados, intereses económicos naturalmente, y a veces resulta difícil ver claro y distinguir dónde está la frontera que separa el dinero de las ideas.
Debemos sospechar, naturalmente, que es el dinero el que lo mueve todo. Las ideas no representan más que un vientecillo que podemos evitar cerrando la ventana.
El escritor mexicano Juan José Arreola fue también maestro y pedagogo. De él se recogieron algunas opiniones en un libro titulado La palabra educación:
Tal vez el origen de muchos males está en el hecho de que, desde un principio, delegamos en otros (tal vez en el consejo de ancianos) tareas que son de nuestra competencia. En principio, los cuerpos colegiados, las diputaciones y las asambleas deben ser los monitores de la conducta social. Pero siempre queda, responsable y aislado, el individuo que soy yo. Y sólo una suma de individuos responsables como yo pueden formar, a la hora en que se ponen de acuerdo, la unidad. Pero la unidad social no implica la desaparición del individuo ni su irresponsabilidad dentro de lo que ocurre en el orden común. Para aliviar nuestras cuitas todos confiamos en los poderes superiores, ocultos o manifiestos. Nos hemos resignado, económicamente, a que todo el alivio ha de venir desde arriba y de fuera. ¿No valdría la pena pensar y decidirnos a que comiencen a mejorar los males del mundo en la salud individual de cada uno de nosotros?
Definitivamente, creo que lo que más me atrae de ser editor es que cualquier persona puede ser editor. Es un derecho que posee cualquier ciudadano. No hace falta tener unos estudios especiales. No hace falta gastarse miles de euros en un máster o en un curso de edición. Tampoco es necesario invertir enormes sumas de dinero: los libros pueden adoptar todas las formas imaginables.
Al hacerse uno editor interviene de alguna forma en una amplia conversación entre lectores y suministra temas y argumentos al debate general.
Es casi un deber patriótico –como se decía antes y como hay quien dice ahora–, sólo que hablamos de una patria extensa que abarca no sólo el mundo conocido sino un poquito más allá, porque también hay libros, escritos en todas las lenguas, en las misiones que enviamos al espacio.
¿Cómo será la literatura infantil más allá del sol?
No se me habría ocurrido esta tontería si no diera la casualidad de que estoy leyendo estos días a Kurt Vonnegut.
Y recuerdo de repente que Vonnegut dijo en algún lugar que estuvo a punto de escribir un libro para niños. Se titularía «Bienvenido a la Tierra» y sería una especie de manual de instrucciones destinado a los niños, para que aprendan a moverse con soltura por nuestro planeta.
En primer lugar les explicaría por qué podemos caminar por la corteza de la esfera terrestre hasta darle la vuelta completa sin caer al espacio.
Pienso en otros escritores que admiro, como Georges Perec, que también dejaron constancia de su deseo de escribir para los niños y que no llegaron a hacerlo, o que lo hicieron de manera muy tímida y marginal.
Kafka, por ejemplo, lo anotó en su diario.
¿Cómo sería una historia para niños escrita por Franz Kafka?
Hay tantas cosas que no sabemos.
¿Cómo sería hoy la literatura para niños si Franz Kafka, Georges Perec o Kurt Vonnegut, que aún está a tiempo, hubieran publicado sus libros para niños?
El deseo de saberlo, la curiosidad por los libros que aún no existen o por divulgar los que existen y son mal conocidos, es lo que me mueve a pensar en nuevos proyectos.
Recuerdo de pronto que el título de esta mesa era «Nuevos editores, nuevos proyectos». No he hablado mucho de los libros que hago. He preferido hablar de las cosas que me preocupan y en las que pienso a menudo mientras hago estos tres libros cada año.
Quien tenga interés por conocer los nuevos proyectos, que lo diga y le mandaré un catálogo.
Muchas gracias.
.....................................................................................
Bueno, en realidad había traído otro texto para leer, pero no he sabido dónde encajarlo. Teniendo en cuenta que este encuentro trata del Libro Ilustrado y apenas me he referido a la ilustración, lo voy a leer sin más, no es largo. Es parte de una carta que Kafka escribe a su editor el 25 de octubre de 1915 a propósito de la inminente publicación de su novela La metamorfosis. Dice:
Estimado Señor,
Recientemente comentó que Ottomar Starke va a hacer un dibujo para la portada de La metamorfosis. Dado que conozco el estilo de este artista, dicho anuncio me ha producido un ligero y quizá innecesario sobresalto. Me temo que Starke, como ilustrador, tal vez quiera dibujar al insecto. ¡Eso no! ¡Por favor, eso no! No quiero coartarle, pero le hago este ruego por mi profundo conocimiento de la historia. El insecto no puede ser mostrado. Ni siquiera de lejos.
Muchas gracias y buenos días.
Vicente Ferrer
Ponencia leída en el Salón del Libro Ilustrado de Alicante 2005. Imagen: logotipo de la colección «Libros para niños» por Taro Miura, en versión cortina de macarrones.