Zun Zun Pion Pion
EXCURSIÓN A SHINTA CHO
Shinta Cho no es un lugar, y sin embargo la palabra excursión me ha parecido adecuada. No he llegado a Shinta Cho como ese viajero que al parecer todo lector lleva dentro, sino como un turista que sólo ha podido contemplar aspectos parciales y superficiales de un personaje y una obra que se adivinan mucho más interesantes.
Como curioso de los libros acostumbro a visitar bibliotecas y librerías en todas aquellas ciudades adonde llego. Al igual que los jardines botánicos, los museos o los templos, las casas de los libros son espacios recogidos que invitan a la introspección y, como regalo, proporcionan abundante información acerca de los lugares y las personas.
En 2003 nos encontrábamos en Tokio y le propuse a Begoña asomarnos a una librería. En esa selva de rótulos verticales, indescifrables para nosotros, ¿qué combinación de signos querría decir «librería»? El ángel de la guarda de 24 horas del turista acudió en nuestro auxilio y no tardamos ni tres minutos en avistar, sobre un edificio parecido al almacén de dinero de Tío Gilito —con letras perfectamente reconocibles y de considerable tamaño—, la palabra «LIBRO».
Sin embargo, no fue en la librería Libro de Ikebukuro donde encontré a Shinta Cho, ni en la vecina Junkudo, nuestra preferida. La primera vez que vi sus libros, y los reconocí como emparentados entre sí y distintos del resto, fue en una de las librerías de la cadena Kinokuniya en Shinjuku. Al fondo de la sección de libros infantiles distinguí un grupo de extraños libros. En realidad —no hay ni que decirlo— casi todos los libros nos resultaban bastante extraños, ya que no entendemos ni un palito de japonés, pero éstos eran particularmente extraños. Uno tenía en su portada un dibujo rosa y amarillo; otro era azul, verde y amarillo. ¿Quién usa esos colores en un libro? ¿Un daltónico, un chiflado, un niño? Nunca había visto combinaciones semejantes. La mayor parte de los libros consistían en secuencias de grandes imágenes sin apenas texto y, sin embargo, tras dedicar cierto tiempo a su «lectura» era poco lo que acababa sacando en claro. ¿Cómo libros con tan pocas palabras podían ser tan inaprensibles?
En la biblioteca de Shinta Cho hay libros de todos los tamaños y formatos, y dirigidos a todas las edades. A veces los dibujos están hechos con gouache o con ceras o lápices de colores; otras veces con tinta china, con bolígrafo o rotuladores. Algunos tienen unos colores tan vivos que parecen estampados en serigrafía. Y sin embargo es creíble que todos hayan salido de la misma mano.
Begoña y yo aprendimos a reconocer en las cubiertas y en los créditos de los libros los tres signos que componen el nombre de Shinta Cho (o mejor dicho, Cho Shinta, puesto que ellos lo escriben en orden distinto); así salíamos de dudas cuando no estábamos completamente seguros de su autoría.
Viendo algunos de los libros de Cho he pensado en esas historietas que circulan entre colegiales y cuya comicidad se basa en las asociaciones disparatadas. Por ejemplo, ésta que copio a continuación y que perfectamente recuerda Begoña: «¿En qué se parece un poste de la luz a una naranja? En que el poste de la luz tiene alambre. El alambre da calambre. Hay un refrán que dice: “a calambre no hay pan duro”. El pan sale de la harina. El harinero, cuando no tiene harina, dice: “¡Chico, manda harina!”. Y la mandarina es muy parecida a la naranja». Pero, muy probablemente, nada tenga que ver Shinta Cho con semejante retahíla.
Kiyoko Matsuoka, directora del museo Itabashi de Tokio, y Kiyoko Sakai, nuestra amiga traductora, nos facilitaron algunas informaciones sobre Cho. Por ellas sé algunas cosas que no era fácil para nosotros conocer por los libros. Aunque debo reconocer que la mayor parte de lo que sé, o lo que supongo, sobre el personaje y su trabajo proviene de la contemplación de los propios libros japoneses y de lo que he fabulado alrededor de ellos.
Sé que Shinta Cho nació en Tokio en 1927, y que falleció en junio de 2005. Se formó como artista gráfico trabajando para la prensa y los primeros trabajos que he visto suyos son tiras cómicas y portadas de publicaciones infantiles. En 1950 ilustró su primer libro, en el que se cuenta cómo se hace un periódico, y a partir de 1958 se dedicó casi en exclusiva a los álbumes infantiles, aunque siguió dibujando historietas y escribiendo «ensayos ligeros». Como se dice repetidamente en sus biografías, llegó a publicar más de 400 libros para niños. Entre esos libros hay historias propias e historias de otros ilustradas por él. ¡Ilustró, por ejemplo, una edición japonesa de Platero y yo! Muchos de sus títulos recibieron importantes galardones y por dos veces, en 1998 y 2000, Shinta Cho fue el candidato japonés al Premio Andersen.
Un libro de Shinta Cho que me contó Kiyoko Matsuoka: Un hombre planta su tienda de campaña junto al lago Ness con el propósito de conseguir una fotografía del famoso monstruo. Espera, espera, espera; siempre con la cámara a punto, montada sobre un trípode. Una cámara, suponemos, de sofisticada tecnología japonesa. Algo asoma fuera del agua: una forma parecida a un pie que recuerda a la fotografía más conocida de Nessie. El fotógrafo se pregunta cómo será el cuerpo entero cuando emerja completamente, y se imagina diferentes posibilidades de monstruos. Esa especie de pie, ¿será un cuerno? ¿será una nariz? ¿el extremo de una larga cola? La figura se eleva más sobre las aguas y resulta que, efectivamente, es un pie. Ahora se ve la pierna completa. Después aparece otra pierna gemela y ambas se entrelazan en un precioso ballet. Por fin se sumergen y la superficie del lago queda de nuevo tranquila. El fotógrafo, que ha asistido a este espectáculo único con los brazos cruzados, no desmonta su tienda y tampoco retira sus bártulos fotográficos. Dice, con resolución: «No me pienso mover de aquí hasta que aparezca el monstruo».
En junio de 2006, un año después de su muerte, se inauguró una exposición en homenaje a Shinta Cho en el museo Chihiro, a las afueras de Tokio. Kiyoko Matsuoka nos acompañó a verla. Chihiro fue una ilustradora muy famosa y su casa-estudio mantiene una exposición permanente de su obra y programa asimismo exposiciones temporales de ilustradores. La que se dedicó a Shinta Cho nos pareció modélica. En un espacio recoleto rodeado por un jardín se expusieron más de 120 originales pertenecientes a diversos libros junto a las correspondientes obras impresas, para que los visitantes pudieran consultarlas y leerlas. En vitrinas, abiertos y desplegados, dispusieron varios cuadernos de viaje del artista con sus apuntes. Shinta Cho, como muchos de sus paisanos, fue un gran viajero; o lo fue al menos durante 1961, año en que realizó un viaje por Europa que lo llevó a visitar Italia, Francia, Grecia y hasta media docena de ciudades españolas. Recuerdo que me sorprendió un dibujo, tal vez realizado en una playa de Portugal, que revelaba, con bastante probabilidad, la influencia de Saul Steinberg.
En la librería del museo, situada a la entrada del edificio, podían adquirirse, si no los 400, si una buena parte de los títulos publicados por Shinta Cho. Cuando entramos había varios ejemplares de Platero y yo sobre una mesa, pero a la salida ya se habían agotado. Me pregunté entonces, y me pregunto: ¿cuántos lectores conocerán la obra de Juan Ramón Jiménez gracias a los dibujos del artista japonés? ¿Pudo haber sido deseo suyo ilustrar ese libro o lo haría como un encargo?
Los organizadores de la exposición habían convertido la última sala de la visita en una réplica del estudio de Cho. Habían fotografiado su mesa de escritorio con todos los papeles y objetos dispuestos sobre ella en el momento de la muerte de su propietario, así como la biblioteca situada detrás de la mesa, y habían hecho una reproducción a escala 1:1 que instalaron en el centro de la sala junto a un piano de cola. Sobre el piano, auténtico, habían dejado unos discos de música, presumiblemente los favoritos del dibujante; todos de jazz y de músicos norteamericanos. La fotografía que reproducía la estantería era de tanta calidad que era posible incluso leer los títulos de los libros. Kiyoko me señaló: «Muchos de ellos son enciclopedias; las hay de todo tipo». Adherida a una balda había una tarjeta que mostraba una cara y un nombre. El nombre era Thonet; lo copié en mi cuaderno. Aquellos que tengan la curiosidad que tuve en aquel momento pueden averiguar quién es este personaje que interesaba a Shinta Cho acudiendo al buscador de imágenes de Google. Thonet es un hermoso barbudo que no tiene pérdida.
Shinta Cho está considerado por los especialistas en literatura infantil y juvenil de Japón como un cultivador del nonsense. De todas las etiquetas que se le pueden poner a un autor, ésta es una de las más inquietantes. Desde Edward Lear hasta nuestros días se han publicado muchos libros que presuntamente responden a este género y ya, antes de Lear, había todo un repertorio de rimas y de historias absurdas que podría dar varias veces la vuelta al mundo. ¿Qué es eso del nonsense? No es bueno ni malo, ni quiere decir nada en absoluto. Muchas veces lo que se quiere decir es que los libros de alguien no se entienden, o que no están hechos para ser entendidos. No descubro nada si digo que existe en general un prejuicio contra los libros infantiles en los que domina la imaginación. Si echamos un vistazo a cualquier biblioteca o librería de nuestro alrededor comprobaremos que son mayoría los libros de carácter «realista»; que hay unos cuantos que son, en todo caso, de «realismo mágico» (¡venga etiquetas!), pero que hay pocos, muy pocos, de pura fantasía.
En Japón es distinto. En Japón, Shinta Cho, famoso, querido y muy leído, es el modelo del autor que trabaja con la mayor libertad (no sólo formal) y que ha explorado en los álbumes infantiles el malabarismo visual y los resortes del humor como en el cine sólo lo ha hecho Buster Keaton. Sin embargo, si buscamos el nombre de Shinta Cho en internet —escrito con nuestro alfabeto latino— la información a la que se ha asignado mayor número de entradas corresponde a un libro publicado por la editorial norteamericana Kane/Miller. El título en inglés es The Gass We Pass. The Story of Farts. Es decir, una historia de los pedos. Un gran éxito de ventas en varios países, y en realidad un libro más en la vastísima bibliografía de su autor. (Por cierto, ¿qué le hubiera parecido a Juan Ramón este libro del ilustrador de su Platero?) En Occidente, tan faltos como estamos de libros que traten lo cotidiano por abajo, por su lado más ordinario, y lo fantástico por arriba, por su lado más sublime y abstracto, esta escatología nos llama mucho la atención. Por supuesto, también ocurre así en Japón, sólo que allí tienen más ejemplos. Tal vez la variedad que ofrece la producción japonesa sea sólo comparable a la del mercado norteamericano o francés.
Gracias al interés por el manga han llegado a Europa muchos autores japoneses en los últimos años. Los cada vez más numerosos lectores pueden por fin apreciar que bajo el nombre manga, que no quiere decir otra cosa que cómic o tebeo, circulan productos muy diferentes. Y si bien el mercado del manga pretende ser una cosa distinta del mercado de los álbumes infantiles, lo cierto es que hay contaminaciones mutuas inevitables. Cualquier lector de manga, por ejemplo, acabará familiarizándose con las onomatopeyas japonesas, tan arraigadas en su tradición cultural y en su literatura popular. ¡Y tan sorprendentes y diferentes de las nuestras! Algunas de las obras de Shinta Cho están resueltas como un catálogo de ruidos, hasta el punto de poder afirmar que las onomatopeyas son las verdaderas protagonistas. A propósito: Glenat ha editado recientemente un libro de Cho publicado originalmente en Japón en 1976 cuyo título en castellano es Goro Goro Miau. Está claro Miau. ¿Y Goro Goro? ¿Es un ronroneo, el sonido de los motores de un avión o ambas cosas a un tiempo?
Estoy convencido de que necesitaría muchas páginas para poder contar todo lo que no sé de Shinta Cho, pero prefiero parar aquí y despedirme con un zun zun pion pion.
Vicente Ferrer