Respect!

—¿En qué consiste tratar con respeto a los niños en el campo de la edición?

Cuando iniciamos nuestra andadura, hace más de veinte años, publicamos una declaración de intenciones en la que, entre otras cosas, se decía: «Los mejores libros deben ser para los niños, las mejores historias, los mejores dibujos, el mejor papel, las primeras estanterías. Porque el mundo (y a veces nos olvidamos) es de los niños».

En la actualidad, los libros para niños han ganado peso como objetos y están mejor producidos. Ya no son mayoritariamente libros de bolsillo o ediciones precarias cosidas con grapas. Ahora se cuida mucho más el papel, la encuadernación y las reproducciones. Este cambio es un fenómeno relativamente reciente. Posiblemente, las autoras y autores que se dedican a la literatura infantil disfrutan de mejor reputación de la que tuvieron en el pasado sus antecesores y no están tan encasillados en un género que ofrece una variedad de propuestas mucho mayor que en el pasado. En las librerías llama la atención la disparidad de formatos y las cubiertas vistosas de las obras destinadas a los niños, tan atrayentes como los pasteles que se colocan en un escaparate.

Luego, abrimos las obras y encontramos de todo. En el mismo espacio conviven libros interesantes con otros que no están a la altura de lo que promete su cubierta. Todos hemos sido niños y hemos tenido la experiencia de que una persona mayor se dirigiera a nosotros diciendo ‘Mira el guau guau’, y cosas parecidas. También hemos podido escuchar a un niño o una niña responder: «No es un guau guau, es un golden retriever». A muchos niños les interesan los animales y están muy informados. Con los libros pasa igual: tratamos a los niños como si no fueran expertos en razas caninas y nos llevamos luego grandes sorpresas. Desconfiamos de sus capacidades y, por eso mismo, cuando exhiben sus conocimientos pueden llegar a parecernos unos superdotados. No lo son, son niños y niñas, tan perspicaces, tan curiosos y tan frágiles como son los niños y las niñas.

Es respetuoso emplear en un libro un vocabulario sencillo y un tono afectuoso, e incluso puede estar bien decir alguna majadería de vez en cuando; lo que no está bien es que el libro diga solo majaderías. Si queremos que los lectores más jóvenes se tomen los libros en serio, quienes los hacemos hemos de esforzarnos al máximo. Pero esa seriedad no ha de ser solemnidad: los libros, que nos ponen en contacto con tantas cosas estupendas del mundo deberían estar en la parte de la diversión y no entre las obligaciones. No parece muy respetuoso que la mayoría de los libros que se dan a los niños estén vinculados a la educación y a las lecciones de la escuela.

Algo que se nos presenta con gran naturalidad, y que no sé si es tan natural, es el hecho de que los libros para niños los escriban, dibujen y seleccionen personas adultas, y que el papel de los niños en ellos sea el de meros consumidores. Quizá podríamos plantearles si les interesaría participar y jugar a hacer libros, y decidir cómo les gustaría que fueran. Haciendo es como mejor se aprende, y cómo llegamos a adquirir una visión crítica de las cosas. Esta era la propuesta que en los años treinta hizo el educador Célestin Freinet, impulsor de la imprenta en el aula y de la creación de textos libres.

—¿Se pueden tratar con ellos todos, todos los temas? (Incluyendo aquellos de lo más escabroso que muchas veces llegan a través de los medios cuando estamos sentados familiarmente a la mesa: pederastia, violencia de género, trata…).

No lo sé. ¿Tratamos en los libros para los mayores de todos los temas? Las editoriales grandes disponen de equipos de educadores y psicólogos que, en teoría, orientan su producción destinada a los más jóvenes. En la práctica, es posible que su cometido sea más bien el de censurar temas y contenidos que podrían resultar problemáticos. Estados Unidos, país que difunde por todo el mundo las producciones de su industria cultural, considera problemáticas las imágenes que representan a personas fumando o las imágenes de desnudos; sus editores tienen cuidado de que no se produzcan y los distribuidores que importan libros ejercen asimismo una fuerte censura a nivel de las compras. Es curioso que en un país donde se difunden imágenes de gran violencia, hacia las que se es bastante tolerante, un cuerpo desnudo sea un problema. En nuestro país, siendo muchos de los libros que se ofrecen a los niños traducciones de libros extranjeros, no existen los mismos controles.

En nuestra editorial no tenemos una gran fe en la clasificación de los libros por temas o por edades; es un asunto que conviene al comercio, pero no guarda relación con el mundo real, donde las cosas se dan mezcladas, ni con la realidad de los lectores, ya que muchos niños leen más que sus padres y hay niños pequeños que entienden bastante más que otros que son más mayores, pero no es fácil hacer generalizaciones. No creo que se pueda hablar de todos los temas de la misma forma. Cuanto más delicado sea el tema, mayor rigor habría que emplear en el tratamiento que se les dé. La lectura suele producirse dentro de un ambiente familiar o escolar; si este favorece la confianza y la naturalidad, si existe una costumbre de dialogar, se podrá llegar más lejos. Ocultar cuestiones sobre las que existe una verdadera curiosidad, quizá no sea una buena idea. Finalmente, los libros son herramientas que utilizamos para poder conversar y para ayudarnos a comprender el mundo en que vivimos y nuestra posición en él. En cualquier caso, como en tantas cuestiones, habría que aplicar el sentido común.

Volviendo a la pregunta, y a la referencia a los temas escabrosos, muchas de las historias contenidas en el Antiguo Testamento son de una gran dureza y han alcanzado audiencias muy amplias. Los cuentos populares —los de los Hermanos Grimm, por ejemplo—, también han transmitido a muchas generaciones relatos relacionados con la pederastia, la violencia de género o la trata que podemos reconocer en las noticias de los informativos. Hace treinta años, apenas había libros que hablaran a los niños de la muerte. Era un tema escabroso. Uno de los escasos ejemplos era un libro de la autora alemana Gudrun Mebs titulado ‘Birgit, historia de una muerte’ (reeditado hace unos años en España con el título recortado a ‘Birgit’ en la cubierta). Hoy hay muchos más ejemplos, y existen algunos tan conocidos como ‘El pato, la muerte y el tulipán’, de Wolf Erlbruch, que abordan un tema complicado de un modo sencillo y natural, muy honesto, que no renuncia a un tono poético. Muchas de estas obras son alemanas, como se ve. En España, Grassa Toro e Isidro Ferrer publicaron ‘Una casa para el abuelo’, que ha conocido varias ediciones. Quizá, en el fondo, todo sea una cuestión de tiempo y de tener presentes algunos buenos modelos.

—En concreto sobre vuestra colección Libros para mañana, de Plantel, tengo una duda. ¿Hace 40 años, cuando se ideó, estaba ya destinada a niños? Y si la respuesta es sí, qué ha pasado (qué nos ha pasado) para que 40 años después esa misma idea parezca moderna, transgresora, fresquísima, necesaria…

Sí, estaba destinada a niños a partir de los siete años, es decir, a los primeros lectores. La editorial La Gaya Ciencia había sacado un par de años antes una colección, ‘Biblioteca de Divulgación Política’, que se vendía en los kioscos. Aparecieron más de veinte números. ‘Qué es el socialismo’ lo firmaba Felipe González, ‘Qué es el anarquismo’, Federica Montseny; ‘Qué son las derechas’, Ricardo de la Cierva; etc. El éxito de estos libritos animó a su editora, Rosa Regàs, a publicar estos Libros para Mañana dedicados a los niños. La propuesta vino seguramente del Equipo Plantel, y fue apoyada por la editorial. Por desgracia, los cuatro libros, editados en 1977 y 1978, tuvieron una vida comercial breve, ya que la editorial cerró al poco tiempo de su aparición. Decidimos reeditarlos porque nos pareció que seguían estando vigentes. Por desgracia vigentes, debemos añadir. Mantuvimos los textos, sin retoques, y actualizamos las ilustraciones; y explicamos en un breve comentario el sentido de la nueva edición y los cambios que se habían producido en cada uno de los temas abordados: la democracia, la dictadura, las clases sociales y las mujeres y los hombres.

Si después de cuarenta años los libros conservan su frescura se debe a que los textos son breves, claros y muy directos, y mantienen un tono informativo y no dogmático. No le dicen al lector lo que tiene que pensar. También, por supuesto, tienen gran importancia las imágenes, que subrayan y comentan los contenidos, pero que son interesantes por sí mismas y hacen una lectura en paralelo del texto. Por cierto, no es tan sencillo ilustrar estos temas, de ahí el mérito añadido de sus ilustradores. En la versión original del libro sobre las clases sociales, en la edición de La Gaya Ciencia, el capitalista era un señor con chistera y puro, una caricatura que procedía directamente de la prensa satírica de principios del siglo XX, pero hoy ese personaje no tiene sentido. ¿Y cómo se cuenta qué es la democracia mediante ilustraciones? Todos tenemos una idea de qué es la democracia, pero no siempre acuden a nuestra cabeza las imágenes.

Lo que habría que preguntarse es por qué usamos unos libros escritos hace cuarenta años en vez de producir hoy unos nuevos libros. Deberíamos preguntarnos también por qué otras editoriales más grandes que la nuestra no han publicado libros de política para niños y los han puesto de moda. Si es una buena idea, ellos cuentan con mayores recursos. ¿Por qué hay libros para niños sobre el cambio climático, sobre los refugiados o sobre el feminismo y no sobre la democracia? Pienso que tiene que ver con que miramos lo que se hace fuera con una mirada distinta. A los editores españoles, en general, les atraen más los libros que triunfan fuera de nuestras fronteras, y están más interesados en comprar derechos que en la promoción de los autores propios. No sé por qué es así, si se trata de alguna especie de complejo, pero es lo que hemos observado. Por supuesto, hay excepciones. Nuestra edición de los Libros para Mañana se ha vendido a Rusia, Brasil, Taiwán y otros países, pero no ha tenido el mismo eco en España. Provoca una cierta emoción pensar que del libro sobre la democracia, creado en la época de la Transición española, se va a hacer una edición en griego, siendo Grecia el país que la inventó.

La política puede interesar a los niños como cualquier otro tema. Si algo interesa a los mayores, seguro que despierta la curiosidad de los niños. Tenemos constancia de que los libros de política se usan en el aula y son comentados en las casas, y recibimos de vez en cuando las respuestas de muchos niños y niñas a los cuestionarios que figuran en los libros. Esos cuestionarios existían en la edición original de La Gaya Ciencia y los hemos mantenido, y lo han hecho también todos los editores extranjeros. A los niños y niñas que han leído los libros se les dice «La opinión de los padres ya la conocemos por el resultado de las elecciones, ahora queremos saber qué piensan los niños».

Respuestas de Vicente Ferrer a las preguntas remitidas por la periodista Pilar Gómez Rodríguez para el artículo publicado en la revista digital El Salto «Editar para niños y niñas, ¡respect!» (27 de mayo de 2021). Dibujo de Silvia (4 años).